Muchas veces no pude soportarte,
llegabas en forma de gritos,
desconsuelo
y desolación,
parecías llanto sin cesar
de una madre desconsolada,
o de una persona destrozada
al ver partir a quien amaba.
Habían veces en que no podía calmarte,
y llorabas mientras destrozabas
cada cosa que tus ojos cruzaban,
incluyéndome;
entonces yo tomaba aquellas pastas
que hacían que te tranquilizaras
y que
de un momento a otro,
tu ya no estuvieses.
Hasta que descubrí
que la única manera de estar bien
era sin ti,
así que cada vez
las pastillas aumentaban
mientras tú
más vacío dejabas.
Y un día encontré
una carta que decía
que tu en verdad no existías
y que vivías en mí mente
aunque yo no lo creía
porque besarte era tan real
como cuándo te sentía;
y ahora entiendo
porque tanto desaparecías
y el por qué las pastillas
no te mantenían viva,
pero ahora siento
que hubiese sido mejor
haber dejado la carta
en aquel sucio cajón,
y no tomar más pastillas
para verte cada día
y sentir lo mismo que sentí
la primer vez que te besé.