Confusiones

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Su mirada estaba fija, sus pensamientos por segundos quedaron en blanco, sólo veía su mano debilitándose con la nueve milímetros enredada entre sus dedos, veía como la sangre emanaba de aquel cuerpo, un cuerpo sin vida, aquel cuerpo que más de una vez estuvo en su cama, el que tantas veces le hizo feliz, el que le hizo sentir la mujer más especial del universo.

−Fede tenemos que irnos!

Sentía como una presión sobre su brazo la empujaba en la dirección contraría del cuerpo tendido que se hallaba en el suelo, sólo se dejaba llevar a rastras, para sí misma se decía que todo aquello no era real, sino una pesadilla.
Sintió como la introdujeron en un rústico color negro y lo siguiente que veía era el vidrio ahumado desdibujar figuras en una oscuridad casi total.

No lo sabias, solo hacías tu trabajo - era lo que su cerebro alcanzaba a repasar.

Esta en shock - decía otra voz.
Hay que reportar lo que paso.
Frases iban y venían, era como si no estuviese viva, no sentía su cuerpo, no sentía dolor, no había llanto, no habían pensamientos, solo voces en la distancia qué con el transcurrir de los segundos se desvanecían a su paso.

Primavera del año 2000. Vancouver.

Sus ojos azul claro como el mar observaban el día levantar, si algo amaba era salir a trotar en tempranas horas de la mañana cuando estaban en primavera, le encantaba el olor de esa temporada, ver el color de los árboles, las tonalidades de alegría que cubrían y otorgaban una armonía perfecta.
Federikke era una chica de veintiún años, de origen danés, que desde temprana edad salió de su tierra para viajar con sus padres a Canadá.
Allí creció, estudiaba medicina en la universidad de Columbia, sus padres eran ingenieros de una transnacional danesa en esa localidad. Su personalidad era bastante complicada, se dedicaba en cuerpo y alma a los estudios que casi no le dejaban vida social, si así se podía llamar.
Con los chicos tenía mala suerte, siempre se fijaban en su cuerpo atlético y bien definido, en sus cabellos rubios y ojos color del cielo, pero no con intenciones de cuentos de hadas, sino más mundanos, típico pensamiento de hombres, el llevarla a la cama.
Ella lo sabia, y por eso evitaba que se les acercaran, le conocían como la ermitaña.

Ese mes era especial para ella, se celebraba su cumpleaños el día cinco, y era lo único que le encantaba celebrar al lado de sus padres y de su hermano mayor Harald.

Má ¿tienes las reservaciones hechas?

Entrando a la casa algo cansada por el trote se dirigía a la heladera.

Claro querida, sabes que siempre arreglo todo, no te preocupes por nada.

¿Por qué tantos nervios hermanita? si cada año es igual, mamá, papa, tú y yo. ¿Cuando vas a invitar amigos de la universidad?
No te hagas el listo, tú no me estas preguntando por amigos.

Ambos se miraban y sonreían, Harald sabía que su hermana era anti chicos, siempre fue una niña solitaria, pero soñaba con que algún día eso pudiera cambiar.
El teléfono sonaba y sin pensar su madre se lo extendía sin contestar.
Es tu padre, quiere hablar contigo.
Hola papá. Si, mamá tiene todo listo, salimos mañana. Ok. Besos, te quiero.
Le tendió el teléfono a su madre de vuelta.
Quería saber si todas las reservas estaban hechas.
Otro desconfiado, a veces me pregunto a quién te pareces tú −sonreía mientras salía en dirección al salón.

−¿A donde vas?
Dirigiéndose a su hermana gritaba Harald desde la cocina.
¿Qué? ¿Desde cuando tengo que darte explicaciones? Ja.

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