Capítulo VIII

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Mi familia y la madre de Israel habían aceptado nuestra relación y, ambos, nos comprometimos a llevar un noviazgo serio, aunque aún no éramos mayores de edad. 

Meses después, tanto Israel como yo, estábamos en el campus universitario; él, entró a la facultad de diseño y yo, a ingeniería civil. Todo el mundo sabía que éramos pareja, así que, no nos importaba demostrarnos afecto; además, durante ese tiempo, él había tomado más seguridad en sí mismo.

Al iniciar septiembre, Israel se excusaba con que tenía muchas actividades por la escuela, las extracurriculares y trabajos en equipo, por eso, nuestro tiempo juntos empezó a reducirse; aunque, cuando nos mirábamos, todo parecía normal, o eso quería creer. Era mediado de mes, estaba en la última hora de clase cuando recibí un mensaje de él.

"Tenemos que hablar..." 

Era todo, no había nada más y una extraña sensación me invadió; normalmente, los mensajes que recibía de su parte, tenían alguna palabra cariñosa, por lo que me quedé inquieto, hasta que salí. Encontré a Israel en la entrada del campus y cuando me acerqué, empezó a caminar. 

-¿Pasa algo? – lo seguí rápidamente.

-Sí... – asintió – pero me gustaría platicarlo en otro lugar.

-¿Dónde? – traté de tomarlo de la mano, pero me rechazó.

-Por favor – dijo con frialdad – preferiría que no lo hicieras.

-Esta... Bien...

Fuimos hasta una pequeña cafetería y tomamos una mesa, dejamos las mochilas de lado, y ordenamos; él, como siempre, un té helado, yo, por mi parte, un café frío. Cuando la mesera nos sirvió la orden, yo rompí el hielo.

-¿Qué sucede? Y espero una respuesta sincera y realista – dije con total seriedad.

-David... – jugó con la pajilla de su bebida, no me miraba a los ojos y eso me inquietaba mucho más.

Desde las vacaciones de verano, antes de entrar a la universidad, el dejó de usar gafas, optando por lentes de contacto; a mí no me molestaba, aunque sentí que había dejado su aire inocente de lado, pero iba bien con su cambio de corte de cabello también.

-Te conozco – sonreí tratando de sonar tranquilo – ¿qué es lo que quieres decirme, que no puedes?

-Vamos para diez meses de novios – comenzó – y, ahora que entré a la universidad... Yo...

-¿Tu? – bebí de mi café, sabía lo que venía a continuación, era notorio.

-Creo que... Me gusta alguien más... – su vista se clavó en mí y después la desvió.

-Entiendo – asentí – entonces, ¿quieres terminar? – pregunté ocultando mis sentimientos.

-Creo que... sí... – respondió nervioso – es decir, no estoy seguro de esto, pero... quisiera tener la oportunidad de conocer...

-No tienes que explicarme – sonreí – entiendo lo que quieres – bebí más del café – al menos pasamos buenos momentos.

-Sí, lo sé – asintió – discúlpame...

-No importa – negué.

-Quisiera que pudiéramos ser...

-¿Amigos? – solté una risa sarcástica – no, lo siento – negué – sigo siendo un hombre y yo no puedo ser amigo de mi ex – me alcé de hombros – esta es la última vez que nos vemos.

-David, no quiero que te molestes...

-No estoy molesto – afirmé – es solo que, al menos yo, aun te quiero – seguí bebiendo mi café, quería terminarlo rápido, pagar e irme – siempre te he querido – continué – por eso te he respetado todo este tiempo...

-Tal vez ese fue el error – reprochó – mientras tu parecías querer cuidarme, yo ansiaba que cumplieras lo que me habías dicho cuando empezamos, quería que hicieras...

-¿Cosas perversas? – terminé por él – ¿y por qué no lo dijiste antes? – cuestioné con molestia – cada que intentaba ir más allá de los besos y caricias, te negabas...

-¡Tenía miedo! – se excusó – Pero, aunque no quería admitirlo, también tenía curiosidad y tú no seguías, siempre te detuviste ¡siempre! – reprochó.

-Supongo que mi error fue quererte – dije con una sonrisa débil – te quiero y nunca quise lastimarte, para mí siempre fuiste dulce, pequeño e inocente... Tal vez no supe comprenderte, pero no importa, esto se terminó.

-David... – su mano se posó en la mía antes de que me alejara – podemos intentarlo, una vez más...

-No – negué y alejé mi mano de la suya – dijiste que te gusta otra persona, si me quisieras, no te hubieras fijado en alguien más – me alcé de hombros – así que, es todo...

Fui al mostrador y pagué el consumo de ambos. Me alejé del local, tenía enormes deseos de llorar, pero no lo iba a hacer; ni siquiera miré hacia atrás, no quería hacerlo, tampoco quería tratar de revivir algo que ya se había dañado.

Llegué a mi casa, lo primero que hice fue romper todas las fotos que tenía en mi habitación, después, eliminé todas y cada una de las imágenes que había en mi computadora y en las redes sociales y, finalmente, el pequeño boleto que aún conservaba como recuerdo de cuando él me dijo por primera vez que le gustaba; en la cena, le anuncié a mi familia que había terminado con Israel, para que no me volvieran a preguntar por él.

Mi padre me llamó a su despacho cuando terminamos de cenar; saqué toda mi ira y frustración en ese lugar, me sentía culpable por no haberlo comprendido, pero me sentía traicionado porque él tampoco me lo había dicho. Al final, lloré y mi padre solo me abrazó.


* * *  

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