No queda nada.

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Ya no me salen las palabras, y no es que me ahogue, es que ya no siento nada dentro de mí. Quizás estoy muerto.
No estaba muy borracho cuando hace unas semanas escribí esto:

Otra vez, otra noche estoy perdido entre las calles y tus labios siguen sin pedirme que me quede. Pronunciar tu nombre se hace demasiado extraño sabiendo que el único sitio donde estás es en mi cabeza. No dejo de buscarte en mi propia dirección y me duele saber que no estás en ella, que te has ido. Cada vez más sordo, ciego y loco, no dejo de pensar que todo lo que escribo cada vez tiene menos sentido, que es todo una mentira y que en realidad nunca has estado. Creo que ya ni siquiera estoy yo. Me queda un cuerpo, tu recuerdo y pocas ganas de seguir aquí. Créeme, que el desequilibrio es mortal y que a cada paso que doy siento que me fallan más aun las piernas. Necesito tus caricias, tu voz.
Joder, que no estás y ya no puedo identificar la mayoría de mis sentimientos. Es agobiante estar encerrado entre cuatro paredes si no me queda nada de ti.

No te importa, y a mí casi tan poco como a ti, que no quede nada. Nada dentro de mí, nada de lo que hubo, nada de lo que nunca hubo.
Soy un conjunto de malas decisiones. He vuelto a lo mismo, a lo que nunca ha salido de mi cabeza, y no me arrepiento de nada. Ya ni siquiera sé qué fue real y qué no. Nunca sentiste lo abstracto, y a mí me ha matado demasiado tiempo, hasta que me he dado cuenta. Nunca estuve dentro de ti. No queda nada. Nada fue real.

Deathamphetamine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora