La muerte.

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Hace ya cuatro años que conozco a Muerte. La conocí unos meses después que a Depresión, pero al contrario que ella, Muerte nunca me había abandonado. Era la más paciente de todas, y permitía los errores, con tal de que volvieses a intentar ser nada, una y otra vez. La he llegado a tener en mi cuerpo. En los brazos, en el cuello. Sabe mezclarse con el dolor. Sabe hacerme daño. Sabe ayudarme a recordar qué no hacer. Sabe de estigmas. Pensar en ella llegó a ser mi única sensación de tranquilidad.

Depresión no deja de enviarle innumerables regalos a Muerte, porque sabe que todos llegan, antes o después. La frialdad de Depresión nunca me sorprendió. Nunca tuvo ningún problema en hacerme sentir inerte. Muerte lo ve todo, lo sabe todo, lo ha visto todo; y sabe qué será de mí, porque es quien acabará llevándome donde no tenga que expresar mi dolor. Sé que al final siempre estará ella, y el hecho de sentir que cada vez estaba más cerca de mí, no me preocupaba.

Aunque Muerte apenas hablaba, me habló de Tristeza. Me dijo que era fuerte, y estaba enamorada de Soledad. Quería recuperarla a cualquier precio, como si fuese sólo un cuerpo que puedes comprar con promesas, recuerdos, sensaciones, hábitos. Palabras que no dicen nada. Un sentimiento no tiene ningún precio. Nunca dejaron de asombrarme las palabras cuyas intenciones nunca fueron más allá del placer, las promesas falsas, el olvido, la irreal necesidad, el castigo, las mentiras. Fue la peor puñalada que recibí; ver el sentimiento, la sensación que se había convertido en mi necesidad, tratada como un simple objeto.

Deathamphetamine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora