II

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Miré el cielo, agotado. El calor era sofocante y el aire se me hacía demasiado pesado, no sé cómo se me ocurrió escalar esa palmera tantas veces y al final no conseguir nada.

Las gaviotas seguían cantando como de costumbre, parecía como si se rieran de mí. En realidad toda esta mísera isla parecía hacerlo; porque, justo cuando no puedo conseguir nada de comer, hace tanto calor.

_ ¡¿A caso me odias?!_ grité a quien quiera que pudiese escucharme, a quien sea que pudiese ser ese ser que mira desde cielo y volví a suspirar por el cansancio.

Un destello verde paso por mis ojos, y el canto de un canario inundo mis oídos. Miré a todos lados, buscando una explicación para esto, -tal vez viene del interior de la isla- pensé y tan rápido como lo hice me di por vencido. No tenía la energía suficiente como para entrar otra vez a aquella selva.

Lo sucedido la noche anterior lo dejé como un delirio, un efecto secundario de estar aquí tanto tiempo, una simple ilusión. Puede que ese destello también lo fuera y por tanto decidí olvidarme de ello.

Unos minutos después, el canto se escuchó más cerca, giré mi cabeza en dirección al mar y lo vi. Sus plumas verdes brillando como luz bajo el calor abrazador del sol y su pico torcido parecían sonreír, era el colmo, incluso aquella extraña ave se reía de mí y era ella la que parecía de otro mundo.

_ ¿Qué demonios eres?_ pregunté de nuevo, como si fuera a responderme con palabras. De su boca salió un silbido extraño y rodé los ojos._ El sol me está haciendo daño._ comenté de nuevo.

Ella volvió a silbar.

_ Lo siento, no tengo nada de comer, así que puedes irte._ le confesé, pareció hacerme caso, porque abrió sus alas y emprendió vuela hacia el interior de la selva.

Todo era perfecto, incluso las aves extrañas se apartaban de mi, como si fuera un monstruo o algún ser extraño.

Me levante de la arena y miré el mar. Quería volver a casa. Odiaba las conversaciones que tenia con mis conocidos, la hipocresía y malicia con la que nos tratábamos, odiaba los bailes y fiestas que mi madre hacia sin razón alguna; pero, en este lugar, sentía una extraña soledad. Ese tipo de soledad en el que te das cuenta de todo lo que un día creíste sin importancia resulto ser lo que te llenaba, tu razón para vivir. Yo ya no lo tengo, solo estoy entre el inmenso mar y la horrible selva.

Volví a tirarme en la arena, no tenía más nada que hacer. Toda mi vida he hecho un montón de cosas, me han preparado para mi futuro, pero nunca me enseñaron como naufragar adecuadamente, al parecer nadie pensó que, este, sería mi futuro. Morir de hambre en una inhóspita isla.

El destello verde pasó otra vez por mis ojos, definitivamente nunca me acostumbraría a él, por más que lo intentase. El ave se posó encima de mí y sus patas rasguñaron la parte baja de mi ombligo. La miré, apunto de quitármela de encima, pero noté que me estaba sonriendo mientras sostenía una navaja con su pico. La puso cuidadosamente sobre mi pecho y se quitó de encima mío, acomodándose en la arena.

Yo estaba sorprendido por lo que veía. Debería preguntarme de donde había sacado aquel objeto, pero lo único que me preocupaba era, como aquella misteriosa ave fue capaz de entender lo que pedía. Sonreí hacia ella, agradeciendo de ese modo su gentileza.

_ No eres tan tonta después de todo._ comenté, en respuesta, ella desplegó sus alas sin moverse, levantando la arena de la playa que estaba a su alrededor. Me había dado a entender, que estaba molesta por mi comentario.

Me levanté de la arena, mirando alrededor de la isla. Corrí en dirección unas ramas caídas que estaban cerca de la cabaña, tome una de las ramas que estaban alrededor, parecía un bastón por lo que me sería muy útil para lo que intentaba hacer. Coloque la navaja en una posición adecuada, con su lado de sierra en dirección hacia la punta del bastón. El ave, me observaba sin quitar ni un ojo de mí, esperando el resultado.

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