IX

7 1 2
                                    

_ ¿Cómo es allá?

_ ¿Allá donde?_ tomé una de las extrañas frutas que habíamos recogido al despertar. Definitivamente eran muy deliciosas a pesar de su aspecto.

_ Allá._ levantó su dedo y señaló el horizonte, justo donde el cielo y el mar se unían pareciendo ser uno solo._ De donde vienes.

_ Es gris._ respondí, y ella me lanzó un puñado de arena. La miré para reprocharle, pero estaba sonriendo.

_ Me refiero a como es, que hay, como son las personas allá._ volvió a explicar.

Observé a Yellow rebuscar entre la canasta de frutas para luego picotear una de ellas.

_ Es gris._ repetí._ Tan gris como tus ojos.

K me miraba atentamente, esperaba que continuara y lo haría. Me dolía hablar de mi hogar y de mi familia, porque recordar para mi era como estar allí, volverlos a odiar como los he odiado siempre. Pero de todas formas continuaría.

_ Hay días en que el cielo se pone tan azul como aquí, otros que la tierra se cubre de blanco como aquí. Pero extrañamente allá siempre es gris. Las mujeres visten vestidos de colores opacos y los hombres trajes negros o grises. Todo el mundo siempre preocupados por lo que harán mañana, a pesar de que el mañana esta muy lejos.

_ ¿Tú también lo hacías? ¿Te preocupabas por el mañana?_ estaba eligiendo preguntas concretas, preguntas que Kharlotte haría, solo para saber si era diferente a ellos.

_ Lo hacía._ le conteste después de tragar el trozo de fruta que había puesto en mi boca cuando ella había hablado_ Un día cambie y ahora estoy aquí, sigo siendo un poco gris si te lo preguntas.

K rió, la melodía fue corta pero precisa, me gustaba cuando reía.

_ Me gustaría estar allá._ comentó, volviendo a jugar con la arena._ Así pintaría todo de colores.

Dijo aquellas palabras sin pensar, puesto que estaba muy atenta a lo que hacía en la arena, pero de todas formas no pude evitar sentir un revoltijo en el estomago, unas ganas inmensas de volver a abrasarla. Como lo había hecho la noche anterior, un abrazo inocente y lleno de agradecimiento, quería agradecerle por aquellas palabras.

_ ¿De verdad crees que salgamos de aquí?

_ No lo se, ni siquiera sé en donde estamos. Puede que...

Un canto interrumpió mi vaga excusa. Era un canto lleno de entonación, cómo si los ángeles vinieran al mar para practicar sus coros, o las sirenas, el mito de los mares, hubiera aparecido de repente en aquella isla.

_ ¿Qué es eso?_ quise saber.

Yellow alzó el vuelo para ir en dirección oeste, tras el ruido. K tampoco dudó el ir hacía allá, corría a una velocidad considerada para tratarse de ella, más allá de la cabaña en que antes solía dormir.

Corrí de igual forma.

_ ¿Qué sucede?_ volví a preguntar cuando llegué a su lado.

_ Han comenzado a cantar._ dijo, antes de acelerar el paso.

Con toda la voluntad que tenia, y el dolor en mi hombro que todavía perduraba, traté de alcanzarla. Mientras más avanzaba, podía ver las alas de Yellow revolotear, K ya había avanzado lo suficiente como para dejar al ave atrás.

_ ¿Quiénes han comenzado a cantar?_ pregunté al ave, pero esta, obviamente, tampoco me respondió. _ Hay veces en las que me pregunto por qué hablo contigo._ dije y era cierto, no entendía por qué de repente comenzaba a hablar con aquella ave como si fuera una persona normal.

Yellow aleteó mas de prisa y me dejó atrás, cuando por fin logré alcanzarlos pude ver como el ave entraba a la pequeña cueva que había visto muchas veces durante los días en que buscaba comida y refugio. Nunca me atreví a entrar en aquel lugar y mis pasos dudaron al estar frente a la entrada, pero la adrenalina todavía seguía conmigo, por eso entre después de haberlo pensado varios segundos.

Era húmeda, gotas de agua caían desde arriba, el olor a mar estaba dentro de aquella cueva y el suelo no era más que rocas. Con cada paso que daba, pinzadas de dolor recorrían todo mi cuerpo, pero de todas formas seguí adelante, no sabia que me impulsaba. Tal vez era aquel canto que hipnotizaba mis sentidos o quizás la idea de descubrir algo que nadie – además de K y Yellow – conocía.

A travesé un túnel oscuro y luego una luz se abrió paso a través de la oscuridad, cuando me acostumbre a ella, mis ojos se quedaron maravillados por lo que veían y mis oídos tenían ganas de explotar.

Eran verdes, tan verdes como Yellow, pero no eran aves que brillaban al revolotear, ni siquiera parecían ser amigables. Sus cuerpos pequeños se sacudían por los rincones donde se agrupaban en enormes cantidades.

Su canto ya no era tan hermoso cuando los observabas, su apariencia hacia que, lo que a la lejanía se escuchaba como canto de sirenas, se convirtiera en el chirrido molesto e irritante de un pizarra siendo rasgada por las uñas.

_ Son mensajeros._ escuché la voz de K rebotar entre las paredes, ella no estaba por ningún lado y me era imposible distinguir a Yellow en aquel lugar._ No traen buenas noticias.

_ ¿Qué quieres decir?_ pregunté. Recordaba perfectamente que ella tendía a hacer aquel tipo de cosas, ocultarse, como si evitara estar cerca de mi cuando cosas incoherentes sucedían. Por eso seguí hablando con ella, porque sabía perfectamente, que podía escucharme.

_ Tienes que irte, sino te vas a ahora no habrá manera de remediarlo._ el eco de su cambiaba con cada palabra que decía, mas grave, más agudo. Como si se acercara y se alejara a la vez._ Están verdes, no son buenas noticias.

_ K, ¿no entiendo a que te refieres? Por favor explícame._ me encontré a mi mismo gritando, apunto de caer en el desesperación. Tengo que admitir que sus palabras infundieron el temor en mí, y las ganas de salir corriendo ya no me faltaban. Pero no fui capaz de hacerlo, no era capaz de correr a ningún lado.

_ Lo mensajeros dicen que se acerca una tormenta. No puedes estar aquí, tienes que irte._ escuché un sollozo y luego todas las verdes criaturas comenzaron a saltar.

Cambiaban de color, de verde a amarillo, de amarillo a rojo, entre otros colores que no puede distinguir. Se pegaban a mí, su cuerpo era viscoso sobre mi piel desnuda, y en la desesperación; ignorando por completo el dolor que me causaba levantar mi hombro o las quemaduras que suponía me dejaban las criaturas al despegarlas de mi piel, yo las arrancaba de mi cuerpo.

Corrí, fuera de la cueva, lejos de la playa. Corrí hacia el bosque, no era el mejor lugar para huir, pero cuando estas desesperado eres capaz de olvidarlo todo, tiempo, personas y lugares. Por lo tanto no me di cuenta cuanto corrí, o hasta donde llegué.

Tan desesperado estaba, que no noté como aquella isla, donde había vivido por un mes; se sacudía y estremecía sin parar. Debí haberlo notado, tal vez así hubiese entendido a que se refería K cuando decía que el bosque hace lo que quiere. Tampoco noté como el cielo se cubría de nubes negras, las mismas nubes que habían aparecido la noche de la tormenta que me llevó hasta allí. Las mismas nubes que hacían que el mar se alzara contra la isla, las nubes que Olga había creado.

En mi trayecto terminé frente al puente para cruzar el rio. La corriente amenazaba con destrozarlo. ¿Tan rápido se había creado aquella tormenta? Pues sí, así era estar en ese lugar. Todo pasaba tan rápido que apenas recordabas lo que estabas haciendo o lo que habías dicho antes de que pasara.

Algunas criaturas de la cueva seguían pegadas a mi cuerpo, todavía corría histérico, pero dentro de las paredes de la mansión. En una habitación oscura que me parecía familiar. No se que pasó y tampoco se como, pero después de haber apartado de mi cuerpo el ultimo mensajero, la oscuridad de la habitación me envolvió por completo.

Corazon de MetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora