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 minutos ya estaban en la casa de papeles y libros, una valija con ropa, un televisor, un escritorio y una silla, una PC con su impresora, un sofá cama y una cantidad de cajas de diversos tamaños con rótulos que solo Jimena podía descifrar.

    -¡El bolso azul alguien lo bajó de la camioneta! –preguntó Jimena mientras repasaba rápidamente con la vista la fila desordenada de objetos en el piso.

          Sin esperar repuesta corrió hasta la calle. El chofer ya había advertido el olvido y bajaba con el bolso que había quedado sobre el asiento delantero.

   -¡Gracias! ¡Qué cabeza! Con tantas cosas y el apuro... Papá ya le pagó, ¿no es cierto? Bueno, hasta, la próxima..., aunque espero no volver a mudarme en unos cuantos años.

          La camioneta arrancó en la penumbra del atardecer. La calle estaba solitaria. Sin saber por qué, Jimena giró la cabeza: un lento movimiento de las cortinas en la casa de al lado le permitió ver las siluetas de dos personas mayores –un hombre y una mujer- que la miraban. Jimena se detuvo un instante antes de entrar. La cortina volvió a correrse y las siluetas se borraron.

          Mientas Natalia y su mamá terminaban los preparativos para la cena, Jimena fue llevando hasta la sala que sería su dormitorio y el de Nati, las cajas más livianas. Más tarde, su papá la ayudaría con los muebles. Cristal había recuperado su lugar bajo la ventana y su posición inicial. Jimena no pudo evitar acariciarla y hablarle suavemente al oído tratando de que ella entendiera. Sabía que

Heredera de un secreto. -Elisa Roldán-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora