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a darse vuelta. Un leve crujido, apenas perceptible, la distrajo. La voz de Alicia apurándola la volvió a la tarea. Sin pensar demasiado, atribuyó a alguna incursión de Cristal el ruido y siguió apilando con dificultad platos y cubiertos. Apurada por encerrarse en el escritorio que sería su cuarto, tropezó con el marco inferior de la puerta. Una ágil maniobra salvó la vajilla y, enojada con su propia torpeza, llegó hasta la cocina.

   -Estas puertas con marco en el piso, o como se llame esa madera donde se ajustan, son un problema... me las llevo por delante a cada rato...

   -Si miraras por dónde caminás... -la recriminó suavemente Alicia.

        Pero Carolina no alcanzó a escuchar el comentario de su madre: en pocos pasos había recorrido el pasillo y ya estaba encerada en el escritorio que daba a la calle y que sería, en adelante, su cuarto y su refugio.

          La cama que le habían destinado era bastante vieja e incómoda, pero la excitación, el cansancio de la mudanza y la curiosidad eran más fuertes que la falta de confort. Cerró la puerta del escritorio y, antes de desvestirse, paseó la mirada por esos muebles antiguos y oscuros. Un sillón alto, tapizado de cuero verde daba la espalda a la ventana de persianas oxidadas. El escritorio sobre el que descansaba una lámpara de bronce tenías patas trabajosamente talladas. En un rincón descubrió un mueble pequeño que hacía juego con el resto: un secretarie con la tapa cerrada. Se acercó para admirar el color oscuro del a madera, 

Heredera de un secreto. -Elisa Roldán-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora