Dulce chocolate

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Tercera persona

Todo se había pintado de un aterrador color negro más indeleble que la noche o el fondo de una cueva en donde los rayos del sol nunca llegan a entrar y dentro de esa penumbra él se estaba pudriendo en sus lamentos sin sentido.

No había ningún charco de sangre manchando el suelo bajo sus pies temblorosos que diera testimonio de una agresión, ni una gota del brillante liquido carmesí llamado sangre adornando el lugar o a sí mismo, nada, no había siquiera arma alguna con la que hubiera cometido acto de homicidio, únicamente el silencio dentro de la habitación, un escenario tan irreal que para los ojos no era más que una ilusión.

Pero ahí estaba frente a sus ojos temerosos llenos de lágrimas y era real, ese cuerpo inerte que parecía no más que un mal sueño y él era el culpable.

No podía creerlo porque no era cierto, él no era capaz, él era inocente, así debía ser, así se suponía, pero él mismo había visto a la persona durante sus últimos minutos y él era el único que estaba cerca.

Toda la responsabilidad criminal caía sobre sus hombros, aplastándolo por la culpa.

El hilo de pensamientos no era más que una maraña anudada de incredulidad, su raciocinio se transformó en delirios, todo porque simplemente no podía ser, era un bocado demasiado grande para tragar y se estaba atragantando.

Dejo que las lágrimas limpiaran un poco de su alma desconsolada, podía ser que sus manos y ninguna parte de su cuerpo estuvieran manchados de rojo pero su pecho se inundaba del negro vacío, no creyó ninguna vez poder caer más bajo de lo que ya estaba, la categoría de asesino nunca estuvo en la lista de opciones.

El usualmente molesto reloj que solía hacer sus imprudentes interrupciones no funcionaba dejándolo dentro de un desvario.

Desde un principio había estado arrodillado junto a la persona sin siquiera tocarla o moverla, sin pedir por ella o tratar de hacerle despertar, ¿y porque no lo hacía? simplemente por el hecho de que ya no respiraba, no tenía ningún sentido tratar de hacer reaccionar a un ser ya no vivo.

Antes de ponerse de pie e irse del lugar presa del pánico, el último rastro que quedo de su presencia fueron las lágrimas que cayeron de su rostro.

En su camino sin rumbo, no supo cómo pudo llegar a su casa, todo era confuso dudaba de siquiera recordar el camino de regreso, todos sabrían lo que hizo, todos lo mirarían y lo juzgarían, incluso en la calle las miradas atravesaban su ropa y se clavaban en él, la capucha de la chamarra que llevaba no servía para ocultar nada.

Solo había algo que le impedía ir directo a su casa y terminar con su propia vida porque el sufrimiento era tan grande que no creía ser capaz de vivir con él y ese impedimento se encontraba irónicamente en ese mismo lugar donde podría suicidarse.

Llego a la puerta sin molestarse en decir que había llegado o saber si había alguien además de él, al llegar y cruzar la puerta fue directo al baño para vomitar todo lo que había en el interior de su estómago.

Más tarde como esperaba y lo deseaba unos brazos con una calidez infinita llegaron y lo abrazaron por la cintura sin importarle su lamentable estado.

La razón que aún lo mantenía lejos de la locura, lo sostenía preocupado, preguntando algunas explicaciones.

En un principio era renuente a admitir cosa similar pero tuvo que rendirse a contarle lo sucedido.

–Empezó... Hip... No quise – Mientras cada palabra salía de su boca quemaba como un ácido corrosivo.

–Todo está bien– Lo consoló.

–Ya no... Hip... Estaba... Estaba en el suelo... Hip... No respiraba... ¡Hip!– Comenzaba a hiperventilarse mientras se ahogaba con su llanto.

Víctima de un amor retorcidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora