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  Justin sabía que el trayecto a lo largo de la costa debería haberlo tranquilizado. Pero en cambio, su mente estaba tan agitada como el mar que se batía contra los acantilados.
¿A cuántas mujeres había besado? ¿Con cuántas mujeres se había acostado? Ni lo sabía ni le importaba. Había compartido con ellas noches de mutuo placer y después se había alejado indemne de su lado. Aquella noche había compartido con _____ unos cuantos besos. Nada más. Era verdad que habían sido unos besos excepcionales, pero besos al fin y al cabo.
¿Por qué, entonces, mientras la sostenía entre sus brazos, había sido golpeado por un violento y anhelante deseo cuando lo único que esperaba era el despreocupado y agradable calor de la pasión? El recuerdo de su boca cálida y libre presionada contra la suya se deslizó en su mente como un fantasma seductor. Quería saborearla otra vez. Quería abrazarla. La deseaba. A ella, sólo a ella.
-Maldita sea.
Estaba ocurriendo algo dentro de él. Pero le preocupaba no saber exactamente lo que era. Siempre había estado muy seguro del terreno que pisaba en todo lo relativo al sexo, pero habría jurado que la tierra se movía bajo sus pies cuando _____ había abierto la boca bajo sus labios.
Lo único que necesitaba era recuperar el equilibrio, se dijo a sí mismo mientras salía de la autopista para encaminarse hacia las tierras de los Bieber. Al fin y al cabo, tampoco estaba acostumbrado a pasar las tardes siendo interrogado por policías que


lo acusaban de dos intentos de asesinato y a encontrarse después con la mujer que podía testificar que lo había visto casi en el mismo lugar en el que había sido realizado uno de los disparos.
Pero por terrible que fuera, en aquel momento, enfrentarse al dilema de cómo evitar la cárcel era preferible a intentar averiguar lo que estaba ocurriendo en su interior en lo concerniente a _____ James.
En la lista de prioridades de Justin, la primera era informar a su tío de que la policía sospechaba que era la persona que había intentado malario. Dos veces.
Soltando una bocanada de aire, giró el volante. En la distancia, distinguió la silueta de los establos recortándose contra el cielo. La cerca blanca que se alineaba a ambos lados de la carretera del rancho adquiría un brillo fantasmal bajo el resplandor de la luna. Más allá de la cerca, grupos dispersos de árboles salpicaban los campos. Justin sabía que las cámaras de seguridad que su tío había hecho instalar tras el segundo intento de asesinato estaban grabando el recorrido del Porsche a lo largo de aquella carretera. Su tío había instalado varios monitores en su estudio que mostraban las imágenes recogidas por las cámaras.
Segundos después, Justin se detuvo en un stop situado en una curva, justo antes de llegar a la casa principal del rancho, un edificio de terracota de dos pisos con columnas en el porche.
Por el rabillo del ojo, advirtió un movimiento a la derecha del porche. Un guardia de seguridad armado le hizo un gesto con la cabeza y se fundió de nuevo con las sombras.
, Justin salió del coche, subió las escaleras del porche, abrió la puerta y, después de cerrarla tras él, cruzó el vestíbulo. Se detuvo en el arco que marcaba la entrada hacia el estudio de su tío, una acogedora habitación con sofás, sillas de cuero y mullidas alfombras extendidas sobre el suelo de madera. Las paredes estaban forradas de madera de roble y estanterías abarrotadas de libros. Frente a la chime- nea, había un escritorio de caoba casi tan imponente como el hombre que estaba sentado tras él.
Joe Bieber era un hombre alto, de sólidos músculos, hombros anchos y mandíbula cuadrada. Y unos ojos azules que suavizaban la dureza de sus rasgos. Las canas que habían comenzado a salpicar su pelo pocos meses antes de que cumpliera los sesenta años le daban un aspecto distinguido.
Normalmente, su tío se retiraba a la soledad de su estudio después de la cena. Pero aquella noche había ocurrido algo excepcional, advirtió Justin. En el otro extremo de la habitación estaba también su tía Meredith, acurrucada como un gato en el sofá de cuero mientras ojeaba una revista.
Justin permaneció en el marco de la puerta con el ceño fruncido pero, como si hubiera sentido su presencia, Meredith alzó la mirada de la revista y miró hacia la puerta. El enfado relampagueó en sus ojos un instante, pero fue inmediatamente sustituido por la preocupación.
-Justin -dijo, dejando a un lado la revista-, gracias a Dios.

Enamorada del sospechoso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora