El segundo golpe fue seguido de un tercero, y a pesar de que los dos jóvenes intentaban mantener la calma -aunque se quedaban en el intento-, Samanta fue recorriendo la casa para averiguar de donde venía el sonido. Mario corrió tras ella para detenerla mientras su novia pretendía esconder las manchas de sangre del salón, como si tuviese poderes de invisibilidad. En un abrir y cerrar de ojos Mayra vió como su suegra iba a adentrarse en el desván, corrieron aún sabiendo que ya no podían hacer nada más, y al escuchar un grito aceleraron hasta tropezar el uno con el otro. Entraron y a través de la claridad de la luna vieron la cara de horror de Samanta, que tenía la vista fijada en Jack.
—¿Se puede saber qué coño hace éste desgraciado aquí? —le gritó a su hijo aún horrorizada.
—Lo hemos encontrado en el salón, se ha golpeado en la cabeza y decidimos dejarlo aquí hasta que se nos ocurriera algo mejor —contestó Mario entristecido al recordar lo que le pasó a su madre.
—Mario, sácalo de aquí por favor. No quiero ver a éste sin vergüenza en mi casa, no es bien recibido aquí.
—Tranquila mamá, ahora mismo entre Mayra y yo lo sacamos. No te preocupes.
Mayra siguió a su novio y cogió al Jack consciente pero aún atontado por los pies y lo bajaron del desván. Siguieron a cuestas con él y mientras, Mayra la investigadora había vuelto y deseaba saber qué le había hecho Jack a Samanta para que ella le hablara así -ya que era una señora educada y no solían salir palabras como aquellas de su boca-. Más que desearlo le obsesionaba, quería saberlo ya, no estaba segura de cuánto podría esperar, pero tampoco pretendía enfadar a su chico con tantas preguntas. ¿Habría intentado robarle? ¿quién sabe? al fin y al cabo hacía nada se había colado en su casa y les había estado espiando. Definitivamente ese tipo sí que tenía todas las papeletas en su contra. Entre tantas preguntas que pasaban por su cabeza ni se había enterado de que ya estaban en la calle. Se percató al ver a su novio con gesto impaciente, posiblemente esperando a que le contestara a algo.
—Perdona cariño, ¿puedes repetir? —se disculpó la morena un poco avergonzada.
—¿Ves cómo no me estabas escuchando? Te había dicho que siguieras tú hacia delante y me dijeras si había alguien para que no nos vea nadie.
—Vale. Si hay vía libre te mando un mensaje.
—Vale.
Caminó con sigilo como si fuera una asesina en serie o una fugitiva perseguida por el FBI y al llegar a una obra abandonada miró a ambos lados, derecha e izquierda, y delante y atrás y cuando una parejita se fue hacia unos huertos que habían más adelante, y tres empresarios salían de un club y subían a un taxi, le escribió el mensaje a su novio: ˝Vía libre, no hay moros en la costa.˝ Aunque estaba un poco asustada, el sentimiento de emoción era mucho más grande que el miedo. Prefería tomárselo como un jueguecito de niños, así estaría más tranquila y serviría de ayuda.
Segundos más tardes apareció Mario con Jack en sus hombros, cuando vió a su novia aceleró un poco el paso y al ver las obras pensó que era el sitio perfecto para esconderlo. Esperaba que al menos no recordara cómo había llegado hasta allí.
—Ayúdame a entrar ahí —le pidió Mario señalando con el dedo índice las obras abandonadas.
—Vale, voy a apartar un poco una de las vallas.
Entraron sin permiso ajeno y buscaron un buen escondite entre aquel mar de escombros, ladrillos y andamios. Cuando creyeron dar con el sitio idóneo lo descargaron y Mario se encargó de taparlo un poco para asegurarse de que no lo encontrarían. El camino de regreso a casa fue mudo. A la morena le removía la conciencia, sin embargo sabía que estaban haciendo lo correcto ya que su novio no dejaría a nadie así tirado a menos que algo grave hubiera pasado. Tenía que ser algo muy fuerte para que a Mario sólo le recorriera la sangre fría por las venas. Y seguía creciendo su ansiedad por descubrir qué pasó con Jack, pero conocía a su novio, y cuanto más preguntara, más tardaría en darle todas las respuestas.
—¿Qué habeis hecho con él? —preguntó Samanta convertida en un manojo de nervios imposible de controlar.
—Lo hemos dejado en la obra que está a tres manzanas de aquí.
—¿Estáis bien? ¿Os ha tocado? —declaró muy preocupada por la pareja.
—Estamos bien mamá, tranquilízate por favor —le rogó Mario.
—Señora, ¿podría decirme qué fue lo que le pasó? —inquirió Mayra, aunque al ver a Samanta suspirar y lamentarse por tener que haber visto semejante impresentable, supo que debía de haber cerrado el pico.
Mario frunció el ceño sin poder disimular su enfado y la culpa volvía a atormentarle por no pensar las cosas antes de decirlas. ¿Tan malo era?
—Bueno chicos, me voy a dormir que estoy agotada y el viaje a sido muy largo —habló Samanta fingiendo una falsa sonrisa que ni siquiera ella misma podría creerse.
—Vale mamá, buenas noches.
—Que descanse —respondió Mayra sabiendo que cuando se quedaran solos su novio la regañaría por atreverse a preguntar eso.
Efectivamente no habían pasado ni cinco segundos cuando Mario abrió la boca.
—¿Qué pasa contigo? ¿cómo se te ocurre preguntarle eso a mi madre?
—Lo siento Mario, estaba pensando para mí y se me escapó.
—Pues la próxima vez asegúrate de mantener tu boquita -tentadora pero a veces traidora- cerrada para que no se te escape nada.
Mayra se retiró hacia una habitación mientras se le escapaba una lágrima que enseguida se limpió. No le gustaba que la vieran llorar, creía que eso sólo lo hacían los débiles y preferia esconderse. Atrancó la puerta con la silla del escritorio por si Mario intentaba entrar, y comenzó a llorar, lloraba en silencio para que nadie la escuchase, vaciándose e intentando librarse de la sobrecarga emocional que tenía en su interior. A medida que seguía llorando le faltaba el aire y cuando quiso darse cuenta respiraba tan fuerte como un cerdo. Brincó al escuchar como aporreaban la puerta y rápidamente se secó todas esas lágrimas. Mario seguía sin conseguir abrir la puerta y los gritos la alteraban más. Pensaba que iba a desmayarse y se tumbó en la cama intentando relajarse, aunque era imposible con aquella sinfonía de gritos y súplicas para que le abriese.
De una fuerte embestida derrumbó la puerta y se sentó enseguida en el borde de la cama. Al ver a su novia tan pálida se asustó, le acarició las mejillas mientras le susurraba que se tranquilizase y respirara con normalidad. Cuando la morena se calmó Mario la abrazó y le dió un tierno beso en los labios, el de la reconciliación. Mayra lo abrazó y se giró por sorpresa quedando encima de su novio. Ella sonrió pícara a sus pensamientos y él comprendió que nada bueno estaba tramado.
—¿Sabes qué? Dicen que el polvo de reconciliación es el mejor, ¿lo probamos a ver si es cierto? -le dijo a su chico guiñándole un ojo.
—Me parece bien, espérame, enseguida vuelvo.
—Vale, pero no tardes.
Miró un segundo el techo y al volver la vista lo vió otra vez ahí. Gritó por el susto que acababa de darle su novio y le quitó el envoltorio de las manos confundiéndolo.
—Antes quiero probar una cosa.
—¿El qué? —preguntó Mario sin entender a qué se refería su chica.
—Quiero sexo oral —anunció ella ni corta ni perezosa.
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Indestructible© [Editando...]
ChickLitSi te gustan las novelas románticas, ésta es la tuya. Esta es la historia de Mayra, una joven loca, auténtica y salvaje, enamorada hasta la médula del que parecía ser el "hombre de su vida". Pero a los dieciocho la vida da muchas vueltas, y de pront...