Cierra los ojos y cuenta hasta diez.

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Los chorritos de chocolate le caían por la boca formando un río en el que cualquiera querría meterse, mientras Mario no apartaba la mirada de aquellos labios tan tentadores Mayra se relamió saboreando el delicioso chocolate líquido y su novio sintió miles de descargas eléctricas desde los pies hasta la cabeza. Sin pensarlo se levantó, dejó el plato sucio en el fregadero y besó a su novio enredando su lengua de una forma voraz y ansiosa a la vez que le agarraba de sus rubios cabellos, despeinándolo por completo. La Mayra fogosa y salvaje había vuelto, sin embargo él no sabía muy bien cómo actuar. Los recuerdos de lo sucedido en la ducha no podían escapar de su mente, y sin querer algo rápidamente creció, dejando más que perceptible su enorme erección. 

—¿En qué estás pensando? —inquirió la morena con el ceño fruncido y señalando aquella irresistible tentación. 

—¿Q- qué? —balbuceó él saliendo de sus eróticos pensamientos y con las mejillas sonrojadas. 

—Esto —susurró Mayra casi como un gemido apretando ese inmenso bulto. 

Mario se puso rígido, no sabía qué decir ni qué hacer, así que dejó que su novia llevara las riendas por un momento, limitándose tan solo a disfrutar. Mayra volvió a besarlo de una forma mucho más apasionada que de costumbre y después bajó hasta su cuello chupando y moviendo su lengua a la velocidad de la luz a la vez que su aliento de chocolate lo golpeaba directamente. Cuando se separó vió como aquella parte de la piel había enrojecido y le dio un casto beso a modo de despedida. 

—¡Buenos días! —los saludó la madre de Mario haciendo que la morena pegara un brinco y se diera un cabezazo con su novio. 

—Buenos días mamá —contestó el rubio acariciándose la zona donde se habían dado el golpe. 

—Buenos días —les devolvió Mayra el saludo disimulando el rubor y el acaloramiento que había aparecido hacía unos minutos, fruto de sus lujuriosos besos. 

—¿Qué tal habéis dormido? —preguntó Samanta guiñándole un ojo a su hijo muy disimuladamente -de que no-. 

Cruzaron una mirada muy rápida y quedaron mudos por arte de magia. Un gato les había comido la lengua, o eso parecía. 

—Supongo que eso es un bien —objetó Samanta mirando a ambos de forma traviesa. —Pues yo no he dormido tan bien como vosotros. 

—¿Y eso por qué? —preguntó Mario preocupándose por la persona que lo trajo al mundo. 

—Me llamó tu padre medio borracho preguntándome por Jack. 

Mayra empezaba a sentirse incómoda, aunque la super maruja quería resurgir de las cenizas y empaparse de información no la dejaría salir, no ésta vez, había comprendido que no podía abrir la boca a su antojo en temas delicados sin pensar antes lo que iba a decir, no estropearía más las cosas. Miró el reloj y fingió sorpresa al ver la hora. Volvería a casa, sí, eso sería lo mejor. 

—¡Que tarde es! Tengo que irme —exclamó Mayra sobreactuando. 

—¿Te vas cariño? —preguntó Samanta entristecida. 

—Sí, he de ayudar a mi madre —mintió intentando que su excusa pareciese creíble. 

—Te acompaño —sentenció Mario, más como una orden que como una petición cogiéndole la mano a su novia. 

—No, no hace falta. 

—Que sí. 

—De verdad Mario, no es necesario, vivo a dos calles, puedo llegar bien yo sola. 

—Como quieras —contestó él con desgana. 

—Me alegro mucho de verte cielo, ya sabes que cuando quieras puedes venir —musitó Samanta dándole dos besos cariñosos a la morena en la mejilla. 

—Sí, lo sé, gracias por todo señora —contestó Mayra devolviéndole los besos. 

Fue hacia la habitación y recogió todas sus pertenencias, en aquellas cuatro paredes había perdido su virginidad, sonrió apoyada en el marco de la puerta y se despidió de ella con la mano. ¡Que ilusa! ¡como si la virginidad fuese a contestarle! rió de forma inocente y volvió hasta el salón para despedirse de Mario y Samanta. 

—¿Seguro que no quieres que te acompañe? aún estás a tiempo para cambiar de opinión —susurró el rubio con la esperanza de que su novia se arrepintiera y le pidiera que fuese con ella. 

—Segura, ¡no me voy a otro país! Además, creo que tú y tu madre tenéis una conversación pendiente y no quiero molestar —explicó ella en voz baja para que nadie más se enterara. 

—Está bien. Te quiero morena. 

—Y yo a ti rubio pervertido —bromeó Mayra guiñándole un ojo a su novio. 

Se despidió con dulzura de la madre de Mario y se encaminó con energía hacia la salida. El sexo le había sentado bien, eso lo sabía, ahora esperaba que su madre no sospechara nada. No es que Bianca le hubiera prohibido acostarse con nadie, pero debido a todo lo que sucedió con su padre, o mejor dicho con ese hombre, la protegía demasiado. ¿Cómo reaccionaría cuando se lo contara? ¿y si no se lo decía? Tampoco iba a mentirle, cuando le mencionara el tema ya vería lo que haría. 

Llegó a casa en menos de diez minutos, entró gritando un saludo que resonaría hasta en el séptimo piso y al no obtener respuesta fue a comprobar si su madre estaba en casa. 

—Parece que estoy sola —declaró al no encontrar a Bianca por ninguna parte. 

Fue hacia su habitación, tres de las paredes eran de un azul cielo que recordaba a un precioso día sin nubes, la pared restante era de un tono más intenso, un azul celeste, exótico, idéntico a las playas tropicales que aparecían en las guías de viaje. Dejó la bolsa encima de la cama y encendió el equipo de música. Una melodía lenta empezó a sonar y la voz dulce de un hombre llenaba aquella habitación. Mayra cogió una botella de agua que había encima de una mesita de noche y la utilizó a modo de micrófono. Subió el volumen, las paredes retumbaban a causa de la vibración. 

—Quiero apagar en tus labios la sed de mi alma y descubrir el amor cada mañana —cantó Mayra pegada a su micrófono improvisado llena de emoción. 

Poco a poco la voz del hombre dio paso a la de una mujer. Mayra seguía cantando, aunque no entonaba muy bien. 

—Quiero en tus manos abiertas encontrar mi camino. 

— ¡Y que te sientas mujer solamente conmigo! —le respondió Bianca con el mismo tono desentonado que su hija y demasiado sentimiento junto. 

— ¡Hoy tengo ganas de ti! ¡¡HOY TENGO GANAS DE TI!! —chillaron ambas al unísono, una frente a la otra con los ojos cerrados y metidas en el papel de cantantes de éxito. 

La pista de audio finalizó y cuando abrieron los ojos y vieron el ridículo que acababan de protagonizar comenzaron a reír. Mayra estaba en el suelo riendo a carcajada limpia y pataleando al ritmo en que su madre, eufórica golpeaba con los puños el colchón. Realmente sería un espectáculo verlas en ese momento. Ese instante que sería muy difícil de repetir.

Indestructible© [Editando...]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora