La Princesa y la Plebeya

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Las dos niñas corrían sonrientes a través de los árboles del frondoso bosque, sus pequeñas pisadas hacían crujir las recientes hojas de otoño y los pájaros tarareaban en las copas de los pinos una alegre melodía.

El sol del medi día hacia que sus ieles se viesen de un potente color dorado.

Sus padres que caminaban varios pasos atrás de ellas, sonreían al verlas jugar y gritar cada vez que veían un curioso conejo asomarse a través de los arbustos. La niña mayor, por solo tres minutos de antelación durante el parto, alzaba el pequeño arco de madera que su padre había fabricado y trataba de dispararle a los conejos con las pequeñas flechas, sin mucho éxito.

La menor de las niñas reía y le señalaba a su hermana el lugar dónde el conejo se encontraba, porque a pesar de que este estuviese escondido, aun así ella podía verlo.

Ese era su don.

Había pasado mucho tiempo desde que la familia entera habían abandonado el palacio para dar un paseo juntos porque cuando las niñas tenían cinco años, solían hacerlo frecuentemente pero después del incidente con la menor de las gemelas, los paseos habían desaparecido.

Esta vez, sin embargo, la cosa era diferente.

— ¡Ahí está, Nelaya! —Exclamó la menor, señalándole a su hermana el lugar dónde el conejo se encontraba escondido, a pesar de que esta no pudiese verlo.

—¡No lo veo, Sirio! —Respondió la otra con todos los sentidos alertas para soltar la flecha que ya se encontraba tensada en el arco cuando el conejo volviese a aparecer en su visión. —¡Has que salga de los arbustos!

Sirio, la menor, se llevó un dedo hacia su boca dudosamente. A pesar de tener solamente siete años ella no era tonta y sabía que la razón por la que los paseos se habían acabado antes había sido por su culpa.

La niña, intranquila, se giró y les echó una mirada a sus padres. Estos dos se encontraban tomados de la mano y tenían una suave sonrisa que iluminaba sus jóvenes rostros.

—Adelante, Sirio. —Dijo su padre con su profunda voz resonando a través del canto de los pájaros y las susurrantes hojas del bosque.

Las palabras de su padre sorprendieron a la niña y no se atrevió a decir ni una sola palabra y ni a mover un solo dedo.

Entonces fue su madre quién la incentivó a hacerlo.

—Tienes nuestro permiso para hacerlo. —Comentó  y fue su sonrisa llena de calidez  la que rompió la pequeña barrera que había construido la niña entre su poder y ella misma y la hizo sentir segura de que esta vez, Sirio podría hacer su magia y nada malo pasaría.

Sirio se giró de nuevo hacia su hermana y esta le dio una mirada alentadora para que continuara.

—Mantén el arco preparado, Nelaya. —Comentó  antes de agudizar aun más sus sentidos para percibir la energía que emanaba el pequeño animalito oculto lejos de los humanos.

Sirio contuvo un suspiro y alzó su mano en dirección a los arbustos del conejo y sorprendentemente, el poder no tardó en venir.

Había olvidado la sensación que se sentía al invocar eso tan peligroso y desconocido para sus padres y el resto de los amigos de su padre. Era como sentir una inquietante calidez deslizándose a través de su brazo lentamente hasta llegar a la punta de sus dedos con las uñas de sus manos tornándose de varios colores incomprensibles y luego por fin, el poder mismo saliendo de su propio cuerpo.

Entre las copas de los árboles un halo de luz del sol se filtraba y este le daba directamente en la cara a Sirio, de modo que aunque esta misma ya sabía que su poder no había muerto y que en realidad y en solo un segundo había hecho que  el arbusto en el que se encontraba el conejo desapareciera, no pudo verlo.

Pero podía sentirlo.

Aunque sentir no sirve de nada cuando no puedes ver la causa de tu propia muerte porque lo único que había advertido a Sirio de lo que estaría a punto de pasar habían sido los vellos de su nuca erizándose aunque lamentablemente, esto solo había sido un milisegundo antes de que la flecha que su propia hermana había disparado se clavara en su estómago.

Al principio no sintió nada y luego, como si se tratase de una bomba, el dolor explotó. Lo único que pudo hacer para no perder el conocimiento de una vez por todas fue caer al suelo de rodillas, colocando sus pequeñas manitas en la profunda herida que le había desgarrado las entrañas.

Sirio pudo ver los rostros indiferentes de su familia a través del halo de luz y entonces fue cuando lo supo. Sirio podría tener siete años pero no era tonta, este paseo no había significado nada excepto su muerte.

Sus padres nunca habían aceptado el mounstro que ella era.

Y nunca lo harían.

La habían mantenido encerrada en aquel palacio porque desde el incidente ninguno de los amigos de su padre podrían enterarse de que Lord Robbinson tenía una hija mitad humana mitad y bruja y mucho peor, que el propio Lord Robbinson se había casado con una bruja.

Pero si alguien, incluso una simple sirvienta, se enteraba, entonces moriría.

Pero ahí estaba su madre, mirando la muerte de la menor de sus gemelas sin inmutarse como no se había inmutado cuando descubrió que Sirio había heredado sus poderes y como tampoco se inmutó cuando Sirio casi asesinó a su hermana en el incidente.

Ella a su madre nunca le había importado.

Aunque bueno, al parecer a su padre y a su hermana de tan solo siete años tampoco.

Siempre se había considerado especial por tener poderes y pensaba que la razón por la que su familia detestaba tanto que ella los mostrara era porque Nelaya no los tenía.

Se había equivocado.

Antes de morir, vio como el conejo salía de otro arbusto y se dirigía lejos de la escena.

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⏰ Última actualización: May 13, 2016 ⏰

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