VIII

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El auto de Jos se aparcó en el estacionamiento del restaurante, cada uno de aquellos hombres traía puesto aquella identificación lo que me daba aún más curiosidad del saber del porque lo usaban. No le había preguntado a Jos la razón pero honestamente preferiría averiguarlo por mí misma.

Al salir del auto, Jos me cogió de la cintura, él traía puestos unos lentes obscuros al igual que varios del los hombres, entre ellos Victor y Rodríguez.

Cuando entramos a aquel restaurante, la música del hombre que tocaba el violín comenzó a escucharse, al igual que las personas conversar y el ruido de los cubiertos que la gente provocaba.

Raúl se acercó a uno de los meseros y le susurro en el oído. Aquel muchacho asintió con la cabeza y fue con un hombre mayor que se encontraba supervisando cada detalle.

—Me alegra tenerlos de visita nuevamente, acompáñenme.—el hombre comenzó a caminar hacía atrás de las mesas principales, lo cual se encontraban tres mesas detrás de una cortina cafe claro  que combinaba perfectamente con el lugar.

—Siempre nos complaces, Jorge. Muchas gracias.—Raúl volvió a hablar y Jorge se despidió con una amable sonrisa y una inclinación de cabeza.

La carta del menú se encontraba en cada uno de los lugares. De las tres mesas que había dos estaban ocupadas. En la mesa en la que Jos estaba, estaban sentados Victor, Raúl, Rodríguez, yo y otro de los hombres que habían llegado en el auto rojo. Mientras que en la otra mesa estaban sentados los demás.

—¿Y cómo fue que se conocieron? Jos no nos ha contado esa parte. —Victor sonrió.

—Por unos amigos.—dije y le sonreí mirando a cada uno de ellos sentados en nuestra mesa.

—¿Jos tiene amigos aparte de nosotros? ¡Eso es un milagro!-— Rodríguez hablo recargándose en su silla.

—Nuestra relación es de negocios, negocios que mi padre dejo pendiente. No de amigos...esa palabra es muy fuerte para llamarlos así, llamarte así especialmente a ti Rodríguez.—aquel hombre paso su mano por su barbilla y soltó una carcajada.

—Soy yo el que te ha salvado el culo más de tres veces.

—¡Vamos! Todos aquí en esta mesa sabe perfectamente que portan aquella medalla gracias a mí. Mi padre era muy exigente con ese tema y si no fuera por mí no estuvieras aquí sentado ahí y en el lugar que estás. Deberías de agradecerme de eso.

El hombre no dijo nada más, pasó su mano por su oreja moviendo aquel arete colgando de ella y bajó la mirada volviendo a ver la carta del menú.

Rodríguez parecía un hombre que obtiene lo que quiere, con ese carácter que tiene dudo que lo haga, pero no con Jos.

La comida había llegado y Jorge junto con otro chico fue quien nos pudo atender. Por alguna razón Raúl y Jos habían pedido que fueran ellos especialmente quienes nos atendieran.

Después de platicar sobre ciertas cosas, cada uno de los hombres decidió en retirarse. Antes de eso habían hablado de un paquete y Jos se veía bastante interesado en ello, ellos habían hablado por códigos que fueron difíciles de descifrarlos para mí. Era como si no quisiesen que yo me enterara de lo que sucedía y tal vez eso era, no querían que yo me enterara de todo de lo que hablaban.

Los hombres se pusieron de pie y salieron de aquella pequeña división por aquella cortina. Jos me sonrió y cogió mi mano. Cuando estábamos a punto de salir, mi sangre subió y mi corazón dejo de palpitar por unos segundos, la voz de mi padre se escuchaba afuera. Retrocedí dos pasos y Jos me miró, él igualmente había percatado eso.

UMBRELLA (Or Nah?) » Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora