𝒫𝓇𝑜́𝓁𝑜𝑔𝑜

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Mαtsuno Omegαverse

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El mundo cambia, la humanidad se adapta. Es la primera regla de supervivencia, no importa cuánto cambie el suelo que pisan, los humanos idearán la manera de adaptarse, buscarán la manera de sobrevivir, aun si esto signifique sacrificar a otros.

¿Qué importa una mera vida si puedes salvar a cientos de otras?

Hoy en día, además de los tan comunes géneros, a tanto hombres como mujeres se le designaba un segundo género. Uno que determinaba el estilo de vida que tendrías de aquí en adelante.

Tales géneros tenían como nombre Alfa, Betas y Omegas. Siendo los primeros solo un afortunado grupo de personas selectas, mientras que los otros dos se repartían entre la población mundial.

Los alfas fueron considerados como el género superior. Líderes innatos y excelentes peleadores, impulsivos la mayor parte del tiempo, pero nada de eso llegaba a opacarlos. Estaban en la cima y vaya que les encantaba.

También existían los llamados alfas elites. Mucho más fuertes, mucho más inteligentes a cualquier otro alfa. Dado a su dinámica estos son tratados como dioses, su palabra es ley por sobre todas las cosas. No hay muchos registros de ellos, en la historia de la humanidad se cree que solo ha habido diez de estos y solo por la tan famosa voz, que es capaz de doblegar a cualquiera, incluso a otros alfas.

Más abajo de la pirámide jerárquica le sigue los betas; eran por así decirlo en género común, tranquilos e intuitivos. Poseedores de una agudeza impresionante, había pocos casos en donde beta llegaba a rivalizar a un alfa, pero dichos casos eran contados con los dedos de una mano. Una característica rara en los betas —principalmente en las mujeres— era que estas no podían quedar en estado y si por azares del destino llegaban a estar embarazadas estos eran interrumpidos ante las nulas probabilidades de supervivencia de la madre.

Una situación horrible, pero que dejaba en evidencia el pensamiento poco empático de dicha raza hacia sus colegas omegas.

"Para que arriesgarse si para eso existen los omegas, es para lo único que sirven" era el pensamiento de muchos hoy en día.

Y finalmente, al fondo de todo se encontraban los omegas. Débiles y sumisos por excelencia, con una belleza envidiable. Por años este género fue menospreciado, la gente pensaba en ellos como meras incubadores andantes. Y es que su principal rasgo era la reproducción humana, no importa su estatus o poder, los omegas eran los encargados de sobrepoblar el planeta y esa era su única función.

Su rasgo más llamativo era que muy poco eran omegas varones, se cree que de cada un millón de omegas mujeres nace un omega varón. Aunque nada de esto es muy probable, desde hace más de cincuenta años que no ha habido registro de algún omega varón.

Al menos no hasta aquel fatídico día.

Hace unos veinticinco años aproximadamente, un grupo de alfas y betas decidió a jugar a ser dios. Comenzaron a experimentar con su propia especie con el único objetivo de engendrar al ser perfecto; experimentaron con cada uno de los géneros siendo los omegas lo que se vieron mayormente afectados. Algo ocurrió, un error de cálculo y una mala manipulación provocó la expansión de un virus mortal que afectó a todas las especies —principalmente a los omegas— causando la muerte de cientos de personas. Pero el problema radicó en los omegas, su número fue en descenso rápidamente lo que obligó a autoridades a tomar cartas sobre el asunto.

Los pocos omegas restante fueron puesto a entera disposición del gobierno. Fueron sometidos a pruebas con el único propósito de imitar su habilidad reproductiva y acoplarla a las demás razas.

Por supuesto todos y cada uno de sus intentos resultaron ser meros fracasos. Complicando aún más las cosas. Tardaron algunos años en poder controlar la pandemia, el efecto fue tan devastador que los gobiernos de cada país decidieron preservar a la raza más fuerte; separándolos del resto mediante pequeños distritos que eran clasificados con números. Siendo los primeros tres de cada cuidad los más beneficiarios.

Las cosas no podían ir de mal en peor, pero una luz de esperanza aun persistía en algunos pocos.

Matsuyo era una de las pocas que aún creía ciegamente en que todo mejoraría, debía de hacerlo por el bien de sus retoños no nacidos.

La joven beta solía pasar el tiempo en el cobertizo de su casa a la espera de que su amado esposo volviera de otro duro día. A su lado yacía un melancólico Dekapan —un médico que al no poder más con la culpa decidió renunciar a todo y dedicar su vida al projimo—, el pobre hombre no hacías más que engullirse libro tras libro relacionando con el embarazo. Junto a su asistente Chibita, pasaban sus horas estudiando con el único objetivo de traer a este mundo a los sextillizos que la beta esperaba.

Si de por si el embarazo de un solo feto era complicado, imagínense como lo era con seis en el interior. Pesé a todas las probabilidades en su contra la joven pareja estaba decidida a traer a sus retoños a este mundo.

Ese fue su primer error, ninguno podía adivinar lo que sucedería a futuro. En todo debe haber un balance, si algo bueno te sucede es claro que al malo pasará a futuro, así es la vida.

—Perdóname, yo no pedí ser esto.

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Matsuno OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora