De pronto me encontré sentada en el banquillo del jardín trasero de Elijah, mirando el pálido y delgado dedo que hacía un tiempo lucía un precioso anillo de rubí, y en el que ahora descansaba un diamante demasiado grande para mi gusto... ¿Qué puedo decir? Prefiero la belleza que se guarda en lo sutil.
Llevaba puesto el regalo que mi esposo me había dado por mi cumpleaños, un terno de color rosa pálido que constaba de una falda planchada al nivel de la rodilla, un jersey cuya pulcritud me asqueaba y una camisa blanca.
El viento soplaba y caí en cuenta de lo mucho que extrañaba el sentimiento que me provocaba mi cabello danzando en el aire, rebelde; pero ahora estaba recogido en un moño que no dejaba escapar ni un solo mechón.
Elijah se sentó a mi lado y fingí sobresaltarme.
-¿Estás nerviosa por la cena de esta noche? -preguntó tomando mi mano entre las suyas.
-Un poco cielo.
-¿Qué es lo que temes?
-Que tu familia no me acepte. -dije con un temblor en la voz que jamás creí posible.
-Cariño, ya hemos hablado de esto. - dijo abrazándome. Apoyé la cabeza en su pecho.- Sólo vendrán unas cuantas personas, solo quienes son muy importantes para mí. Sé que no te gusta ser el centro de atención, ni estar rodeada de gente. ¿Está bien, mi osito de peluche? -me tragué la cara de asco, después de todos estos años aún habían cosas que me costaba fingir.
-Está bien, mi amor. -sonreí y le di un beso en los labios.
Me llevó de la mano a la casa.
-Compré unos vestidos para ti, Lucía te ayudará a probártelos. -dijo señalando a la muchacha que cumplía el deber de mi niñera.
-No entiendo, ¿no es la novia quien debe decidir el vestido que usar?
-Si no te gustan los que he comprado, compraré más. -dijo sonriendo y desapareció por la puerta de su estudio. Lucía me tendió su brazo.
-Vamos, sé que habrá uno que le guste. -dijo llevándome a la habitación.
Miré al menos diez vestidos blancos guardados en fundas.
Abrí los ojos cuando recibí el golpe matutino, escupí algo de sangre a mis pies descalzos y lo escudriñé con la mirada.
-El desayuno. -dijo Elijah con tono monótono, el mismo que llevaba desde que se enteró quién soy en realidad.
-No. -respondí jadeando cuando estuvo a punto de abrir las esposas que unían mis muñecas a las barras laterales de una estructura que me mantenía sostenida a unos cinco centímetros del suelo.
-No vas a aguantar mucho más si te niegas a comer. -sonreí mientras sentía que más sangre bajaba por mi labio y manchaba mis dientes.
-Que te den, Elijah. -dije en un susurro, solo para recibir otro golpe, que en vez de despertarme, me dejaría inconsciente.
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Epístola al Caos
FantasíaDespués de todo, la vida sigue dándome lecciones aunque crea no pedirlas. 1. No todo sale como planeas, nunca se es lo suficientemente inteligente. 2. Por nada del mundo creas ganada la batalla, tus enemigos encontrarán la manera de quebrarte justo...