-¿Cómo esperas que consigamos los boletos de avión? –dijo Lucía cuando llegamos al aeropuerto.
-Espera, ¿vamos al mismo lugar? –dije en respuesta.
-Se supone. –respondió cansada.
-Vale, tengo que intentar algo que no he hecho en años y enserio espero que sirva. –susurré evitando su mirada curiosa.
Caminé con la cabeza alzada y paso seguro hacia la mujer que vendía los boletos, sus ojos azules trataron de leer dentro de mí, decidiéndose entre llamar o no a la policía, imaginé que en ese momento debía tener un aspecto de miedo.
-Soy la Señora White. –dije intentando que sonara convincente.
-Un segundo. –sonrió nerviosa y salió de la cabina, dirigiéndose a hablar con un hombre que parecía su superior y juntos hicieron una llamada telefónica, supuse que a Jared.
Pronto la mujer volvió, más nerviosa que antes tratando de encontrar las mejores palabras para decirme lo que debía sin arriesgarse a que la matara.
-Señorita, lamento comunicarle que por su condición de divorcio no se le permite gozar de los beneficios del señor White. –divorcio, pero lo que intentaba averiguar era que, efectivamente, Jared parecía estar vivo.
-Claro, lo olvidé. –dije y regresé donde Lucía.
-¿Y? –preguntó, se veía más cansada y molesta.
-¿Tienes dinero? –pregunté.
Hice una mueca cuando un niño empezó a llorar en el avión, y al parecer no tenía ganas de callarse en un buen rato, una mujer me golpeó con su maleta en la cabeza y tuve que morderme la lengua para no mandarla a la mierda, la azafata me trajo jugo de uvas de un cartón cuando le pedí vino y me castigué una y mil veces por no haber tenido dinero para comprar pasajes en primera clase.
-Cálmate o te saldrán arrugas. –dijo Lucía con diversión.
-O mataré a todos. –susurré en respuesta.
-Ni siquiera tienes tu anillo. –creyó recordarme.
-No necesito un maldito anillo para hacerlo, ya mataba antes de tener el rubí, y te sugiero que no me provoques.
Lucía alzó las manos en señal de rendimiento y finalmente cerré los ojos, deseando que el maldito avión aterrizara lo antes posible.
-Disculpa... -dijo alguien cuando por fin conseguí conciliar el sueño. Abrí los ojos para encontrarme con un muchacho, de alborotado cabello café, ojos azules y miles de pecas que surcaban su rostro. Tendría unos 17 años. Volví a cerrar los ojos.
-Escucha, mi amigo se preguntaba si podrías darle tu número. –continuó nervioso, y ni siquiera me molesté en mirarlo de nuevo para contestar.
-Si tu amigo quisiera mi número, no estaría tapándose la boca sin poder aguantar las ganas de reír a tus espaldas, si fuera él quien quisiera lo que dices, no estarías murmurando. Querido, eres tú quien quiere mi número, pero en vez de eso, déjame darte un consejo. No seas tan tímido con las mujeres, arréglate el cabello, sonríe y vas a ver cómo todas caen a tus pies. –dije, dando por terminada la conversación, pero varios minutos después sentía aún su presencia frente a mí.- ¡Largo! –susurré, lo suficientemente alto como para asustarlo, y escuché como corría de nuevo a su puesto, con su amigo riéndose sin poder contenerse, a lo que el muchacho de los ojos azules respondía con golpes. Lo imaginaba con las orejas de un color rojo brillante, y estaba segura de que así era.
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Epístola al Caos
FantasíaDespués de todo, la vida sigue dándome lecciones aunque crea no pedirlas. 1. No todo sale como planeas, nunca se es lo suficientemente inteligente. 2. Por nada del mundo creas ganada la batalla, tus enemigos encontrarán la manera de quebrarte justo...