Capítulo 3

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Solamente recuerdo el golpe contra el asfalto y después un sonido sordo. Nada más.

Cuando por fin recobré la conciencia no estaba en el puerto. Me encontraba en el asiento trasero de un coche. Había dos hombres: uno conduciendo y otro en el asiento del co-piloto.

Para mi sorpresa, no eran los que me habían estado persiguiendo, a estos tipos no los había visto en mi vida. No siempre es agradable ver caras nuevas.

No se percataron de que me había despertado, así que aproveché para escuchar.

-¿Seguro que es ella?

-¡Claro! Tú has visto lo mismo que yo.

-Pero...

-¿Crees que ha caído del cielo sin más?

-Puede haberse tirado desde una ventana...

-Claro, y caerse cien metros más allá.

-Pude que...

¿Eres gilipollas o qué? Pareces nuevo en esto. Lo hemos visto. Igualmente dentro de poco lo sabremos.

Y en ese momento ocurrió, mi momento de gloria: estornudé.

-Mira, la Bella Durmiente se ha despertado.

Reprimí mis ganas de contestarle. No estaba en mi mejor momento, eso estaba totalmente claro. No sabía hacía dónde iba ni qué querían, pero no estaba asustada. Llega un momento en el que te da igual todo.

El coche paró al borde de un precipicio. No era muy alto, pero sí suficiente para matarte si caes al vacío. Solitario, era muy solitario. El viento soplaba, había un absoluto silencio, sólo se oían nuestras pisadas en la tierra seca. Estaba lejos de cualquier rastro de humanidad. En el culo del mundo.

Anduvimos hacia el borde. Bueno, los hombres anduvieron, yo era arrastrada.

-Mira, preciosa, queremos comprobar si eres un ángel o no. Si eres un ángel ganamos todos. Si no lo eres, la que más va a perder eres tú.

-Bella Durmiente, esto es muy simple y sencillo. Saltas hacia la nada. Si eres un ángel y aprecias tu vida, volarás. Ah, pero no intentes escapar. No, simplemente no podrás. Y si eres una humana aburrida y corriente, simplemente morirás.

Me asomé por el borde. Había un saliente, no era muy ancho, pero sí largo. Eso me dio una idea y me puse a interpretar mi papel de humana estúpida y pija.

-Pero, buen hombre, los ángeles no existen. Ósea, ¿no están el libro ese gordo que cuenta la vida de un tío?

-¿La Biblia?

-No, otro. Jopé, dejadme ir, mi papi os comprará lo que queráis.

Les hice dudar. Todas las personas somos avariciosas. Después de mucho pensarlo, contestaron.

-Salta.

Sentí el cañón de una pistola en mi espalda. Avancé un paso, dos. Las puntas de los pies no tocaban suelo. Entonces, salté.

No sé como lo hice, pero conseguí colocarme debajo del saliente y expandir mis alas. Me pegué lo más que pude a la pared del precipicio bajo la roca. No quería que me vieran, las alas eran demasiado grandes y el hueco en el que me podía ocultar muy pequeño.

Me quedé esperando hasta que los dos hombres se fueran.

Bellas AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora