Capítulo 4

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No sé cuanto tiempo esperé bajo ese saliente. En ese momento me parecía que mis alas hacían demasiado ruido al desplazar el aire. Es curioso cómo algo que te ha llevado a la perdición sea tu salvación. Las alas, las malditas alas. Era su culpa. Por mis alas estuve esperando para huir de un futuro incierto, pero formaban parte de mí, ¿eso quiere decir que yo era el problema? Siempre que hay un problema hay una solución, ¿pero cual era? Seguir luchando y no rendirse. Si me tenía que esconder el resto de mi vida lo haría, pero no me podía rendir. Por aquel entonces tenía fuerzas, ya no.

Oí pasos alejándose y después el sonido de un motor. Cuando volvió a reinar el silencio salí de mi escondite sin dificultades. No sabía qué hacer. Había como mínimo cuatro personas que me querían, ¿para qué? No sé. ¿Quiénes tenían mejores intenciones? La primera pareja hizo explotar mi lugar de trabajo y la segunda quiso tirarme por un barranco.

Me levanté y me sacudí la tierra de las rodillas. Perdida. No hay palabra que expresara mejor mi situación. Hiciera lo que hiciese, tenía la sensación de que vendrían a por mí.

Los días pasaron y mi vida cambió. No tuve ningún admirador secreto. Demolieron el supermercado y no supe más sobre Vals. La mayor parte del tiempo la pasaba siempre en un parque y no encerrada en casa. Temía que entraran a mi casa a raptarme, pero estando en público y rodeada de gente me sentía segura. Ya no me atrevía a volar, era como si esa parte de mí, mi parte de ángel puro temiera salir al exterior <<No seas estúpida, Ariel>> me decía <<No te va a pasar nada>> Me equivocaba.

Un día, mientras leía tranquilamente sentada en lo que ya se había convertido mi banco, tuve un escalofrío. Tenía la sensación de que alguien me observaba. Miré hacia todos lados, pero todas y cada una de las personas estaban concentradas en sus tareas. <<No pasa nada Ariel, son imaginaciones tuyas>>

Como había demasiada gente, me levanté del banco y anduve hasta el puerto. Era una zona mala, sí. Pero era de día y no esperaba que me pasase nada, además, si alguien me estaba espiando el puerto era un buen lugar para saberlo: no había nunca nadie.

La sensación no desapareció, ni mucho menos; aumentó. Me detuve y miré hacia todos lados, incluso en los tejados. No había nadie. ¿Me estaría volviendo loca? Miraba hacia el cielo, a mi izquierda, a mi derecha, daba vueltas sobre mí misma como una loca. ¿¡QUIÉN ME ESTABA MIRANDO!?

Noté un pinchazo en el cuello. Me llevé la mano y arranqué de mi piel una pequeña aguja que rezumaba un líquido verde.

-¿Pero qué...? -no me dio tiempo a terminar la frase pues me caí al suelo profundamente dormida.

Me desperté en una habitación perfectamente cuadrada y completamente pintada de blanco. Sólo había una cama y una pequeña mesita con una lámpara (también en blanco). Encima de la mesita había una nota que decía:

<<Hola, Ariel. Sé que estarás confusa, no te preocupes, responderemos a todas las preguntas que pasen por tu cabeza. En un cajón de la mesilla que está a tu izquierda tienes ropa limpia. De colores, por supuesto. No puedo permitir que una joven vaya vestida todo de negro. Tranquila, la camiseta es de esas con la espalda al aire, no sea que te dé por estirar las alas y rompas la camiseta. ¿Mi nombre? Greindur. ¿Mi ocupación ? Todo a su debido tiempo.

Por favor, cuando termines de leer esta nota dirígete al pasillo y di 'sala de mandos'.

PD: No te preocupes por el sabor a cereza, se te quitará en unos minutos.>>

¿Cómo sabía que tenía un terrible sabor de cereza en la boca? Me levanté de la cama y me cambié. Ese tal Greindur no me había mentido, la camiseta era con la espalda abierta y con un tono amarillo muy fuerte. Los pantalones tampoco pasaban desapercibidos. Una vez cuando me vestí cual payaso salí al pasillo. Parecía inmenso, un laberinto en el que te perderías a dar tres pasos.

-Sala de mandos. -dije alto y claro a nadie.

Entonces, un cosquillo, dejé de ver el pasillo, no vi nada y al instante me encontré rodeada de gente. Todo eso en menos de un segundo.

-Guau...-dije en voz baja.

Me encontraba en una sala grande. Al frente se veía una cristalera y por ella se podía ver el cielo. ¿Estábamos volando? Bajo las ventanas había una especie de mesa alargada con muchos botones de colores que parpadeaban y hacían ruidos raros. Frente a los botones luminosos había personas sentadas pulsándolos. Había una mesa en el centro, una gran puerta a mis espaldas y poco más.

Tres personas me miraban fijamente. Dos de ellas eran las que me dispararon: Kah y Abra, si no me equivoco. Kah tenía mi edad, pelo negro largo y ojos verdes. Estaba fuerte. Sus facciones parecían...Digamos que era demasiado guapo para ser un humano. Abra, sería poco más mayor que yo. Musculoso como Kah, Abra tenía una piel más morena, pelo rubio corto y ojos marrones claros. El tercer hombre era el más mayor de todos. Unos cuarenta años, con el cuerpo machacado y muchas cicatrices. Tenía el pelo gris que contrastaba con su piel oscura. Sus ojos contenían toda la sabiduría del mundo. Por descarte, supuse que debería ser Greindur, el que me había escrito la nota.

-¿Genial, verdad? -me dijo Kah.

-¿Perdona? -le dije.

-El teletransporte. Mucho mejor que poner señales indicando dónde están las salas. Lo instaló Gre. -señaló al mayor de todos.

A parte de haberme disparado, parecían inofensivos.

-Sí, pero no estamos aquí para alabarme. Estamos aquí para hablar de ti, Ariel.

Bellas AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora