Capítulo 11 {último}

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Kah me miraba fijamente esperando obtener una respuesta. Yo le miraba a él, a él y a sus alas, completamente negras. Ahora todo encajaba. Habían engañado a Kah, él nunca haría algo así. Le conocía, o eso creía. Kah, que me llamaba cariñosamente 'alitas'. Kah, el chico guapo que tenía facciones que no podían ser humanas (entendí la razón). Kah, aquel chico al que quería tanto me había engañado.

-Ahora lo entiendes todo, ¿verdad Ariel? Se te nota en la cara. -dijo el Maestro.

Kah seguía con las alas desplegadas. Eran enormes, más grandes que las mías. Si fueran blancas y suaves serían preciosas, pero eran negras y bastas, lo que daba un aspecto feroz a Kah. 

Lo entendía todo, claro. Me querían para invocar a Kármeron (el Dios que creó a los ángeles negros). Ya tenía una pluma de ángel negro asegurada, Kah. Pero no tenían una de ángel puro, y esa tenía que ser la mía. Evidentemente, no quería colaborar. No sé qué le habían hecho a Kah, pero conmigo no podrían.

Miré de reojo hacia la puerta: despejada. Empecé a correr hacia la puerta. Cuando entré no parecía que estuviera tan lejos.

-¡Señor! -oí decir a Kah.

-Adelante.

Kah empezó a volar hacia mí, el pasillo era muy estrecho para las alas, pero se apañaba bien. Decidí hacer lo mismo, pero tenía un ala dolorida debido al corte en el hombro, de modo que sólo tenía un ala. No podía volar, sólo un poco de impulso, ya que si levantaba el vuelo me iba a caer porque volar con una única ala es difícil, bastante.

Kah me pisaba los talones, él tenía ventaja. Corriendo por los pasillos encontré una puerta. Daba a una habitación con un balcón. Corrí hacia la ventana para salir, mientras Kah se daba contra la puerta. Me asomé por la barandilla: estábamos en lo alto de un acantilado. Si saltaba, moría, ya que no podía planear. Si me quedaba, moría, ya que me asesinarían con tal de conseguir una de mis alas. Si me tiraba, irían a recoger mi cuerpo, con lo cual cogerían una de mis plumas. ¿Qué debía hacer? Me subí a la barandilla. Mejor morir de pie que vivir de rodillas.

Me solté de una mano, y justo cuando iba a caer, Kah me agarró por la cintura, se sentó en el suelo y no me soltó.

-¡No, Kah! ¡Déjame! -pataleaba como una niña pequeña.

Kah apretó más.

-¡Kah, si me quieres déjame irme!

-No... No puedo. -comenzó a llorar.

Me soltó, pero no salí corriendo, me quedé con él. Kah estaba llorando y tenía la cabeza gacha. Aparté su pelo negro y pude ver sus ojos verdes, llorosos.

-Kah, ¿qué te pasa?

-Ariel... -y me abrazó sin dejar de llorar.

-Kah, me lo puedes contar, confío en ti. Sé que nunca me harías daño. -levantó la cabeza y me miró.

-¿De verdad, alitas?

-De verdad.

Kah se incorporó, se sentó con las piernas cruzadas y yo hice lo mismo.

-Fue cuando Abra y yo empezamos a ir a por ti. El Maestro también andaba detrás tuya. Abra y yo nos separamos para buscar mejor y el Maestro se cruzó conmigo. Me hizo una propuesta: que te atrapase y te llevara hasta él, si lo hacía estaría a salvo cuando invocara a Kármeron. Yo dije que no, pero cuando estabas con nosotros y empecé a cogerte cariño contactó conmigo otra vez, por la noche. Entró a mi cuarto y me amenazó. Dijo que... -empezó a llorar otra vez.- ¡Dijo que si no hacía lo que él me decía te mataría! Delante del Maestro he estado actuando, Ariel, no quiero que te haga nada. Y tengo que seguir actuando si quiero salvarte. Por favor, Ariel, no me odies.

-No podría odiarte ni aunque quisiera, Kah.

Nos abrazamos. Estuvimos un rato así.

-Ariel, tenemos que volver. Grita y patalea todo lo que puedas, ¿vale? Tenemos que convencerle.

-Vale.

Me cogió por la cintura como hizo antes y yo empecé a patalear , gritar e insultarle. Cuando llegamos a la sala con el Maestro, Kah me dejó en el suelo, pero no me soltó. No tenía ni la más mínima expresión en la cara, era un buen actor. Yo era toda furia y enfado, no se me daba nada mal.

-Kah, ya sabes dónde tienes que llevarla. 

-Sí,señor.

Me cogió como a un saco de patatas y me llevó a una pequeña sala en la que había una camilla y aparatos médicos. Me tumbó en la camilla y me ató con unas correas.

-¿Qué es esto?

-Cirujía para quitarte una pluma.

Dolía, claro, por eso necesitaban cirujía. Quitar una pluma es como quitar un órgano.

-¿Lo vas a hacer tú?

-No, no se fían de mí.

Entraron por la puerta dos de los esbirros del Maestro.Ka salió, pero no sin antes asentir levemente con la cabeza, como si me quisiera decir que todo iba bien.

-A ver, palomita, te vamos a poner la anestesia.

Me pusieron una especie de mascarilla y me dormí.

Me desperté en una habiación en la que sólo había una cama blanca. Lo primero en lo que pens´r fue que tenía una pluma menos. Lo segundo, que el Maestro ganó y lo tercero que se oía un gran bullicio. ¿Habéis visto una película de terror en la que la prota oye un ruido detrás de la puerta y la abre? Bueno, pues yo hice lo mismo, fui hacia donde más ruido había.

Polvo, un gran agujero en la pared y seis personas peleando, eso fue lo primero que vi. Eran Abra, Gre, Kah, el Maestro sus dos esbirros. Peleaban con espadas y con gran agilidad. Kah pegaba estocadas contra Gre, pero en realidad lo que hacía era molestar a los otros, a los enemigos.

-¡Ariel! -dijo Abra a la vez que me pasaba mi arco y mis flechas. 

Rápidamente disparé al Maestro, pero este esquivó la flecha por los pelos.

-Por fin un rival a mis alturas en esta sala, ya me empezaba a aburrir.-dijo

-¿A tu altura? Mentira, yo soy mucho más alta, tú eres un tapón. -le disparé y esquivó la flecha.

-Pues este tapón tiene una de tus plumas, preciosa. Tú serás una de las primeras en morir por la ira de mi Dios.

-Eso lo veremos.

Disparé otra flecha. Todo pasó a cámara lenta. El Maestro echándose hacia un lado, detrás de él, Kah, con un puñal en alto preparado para clavárselo en la espalda. Y por último mi flecha travesando su corazón.

-¡No! -grité mientras lloraba y corría hasta Kah, y éste caía al suelo.

-Bueno, parece que ahora tienes cosas más importantes que hacer. Nosotros ya hemos acabado aquí. Nos volveremos a ver, Ariel.

Me agaché, senté sobre mis piernas y apoyé en ellas a Kah.

-Sabes que voy a morir, ¿verdad? Sino no llorarías.

-Te he matado yo. ¡Te he matado yo! Lo siento Kah, lo siento mucho. -estaba llorando a lagrimones, pero no me importaba.

-No has sido tú Ariel. Todo es culpa del Maestro. No te preocupes por mí.

Lo abracé.

-Te quiero, Alitas. -me dijo mientras poco a poco dejaba de respirar. Lo dijo con una gran sonrisa.

-Te quiero, Kah, no lo olvides. Siempre te querré.

Y le besé en su último suspiro.

                                                                FIN DE BELLAS ALAS

Bellas AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora