Capítulo 8

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Cientos de trocitos y escombro volaban a nuestro alrededor. Me di con la espalda fuertemente contra la pared, perdiendo así la respiración. No podía ver a ninguno de los míos, ya que el polvo tapaba la visión. Pude ver unas sombras entrando por el agujero que ha hecho la explosión. Conmocionada, salí corriendo, tambaleándome, para ir a por mi arco. En el camino no me encontré a nadie, todo estaba tranquilo. Con manos temblorosas conseguí coger el arco y mi carcaj y decidí volver. A medida que me acercaba se oía más jaleo. Oí unos pasos que se acercaban por uno de los pasillos y me quedé quieta. Mi respiración parecía que hacía mucho ruido, pero puedo oir que alguien me llamaba...

-Pajarillo...¿dónde estás...?

No era la voz de Gre, ni de Abra, ni mucho menos de Kah. Oía que se acercaba cada vez más y preparé el arco. Cogí una flecha, me preparé y estiré todo lo que pude. Cuando vi que aparecía su pie por la esquina disparé. Le di de lleno en el pecho y cayó desplomado. Se mezclaron muchos sentimientos, era la primera vez que maté a una persona y no fue la última. No me importó matarle. Era él o yo, en esta vida hay que ser egoísta si se quiere sobrevivir.

Me recompuse y comencé a andar. Me dirigía hacia el jaleo. Mi instinto me decía que no lo hiciera, que me alejara y huyera, pero tenía que ver cómo estaban los demás: Gre, Abra y sobretodo Kah, aunque no quisiera admitirlo.

Llegué al lugar donde minutos antes estábamos hablando tranquilamente y estalló el caos. Había un agujero enorme por donde entraba el aire y se podía ver el cielo y el suelo. Estábamos a mucha altura, una caída mortal sin duda. Había cuatro personas desconocidas que luchaban contra Gre y Abra, pero no había ni rastro de Kah. Cogí una flecha de mi arco y disparé a una de las dos personas que desconocía. Fallé y deseé que hubiera estado ahí Kah para burlarse de mí, pero no estaba. Con mi disparo fallido, logré captar la atención. Uno de los invitados no deseados, al que disparé, vino corriendo hacia mí, tirándome al suelo. Era diez veces más corpulento y pesado que yo, pero le ganaba en agilidad y conseguí que no me aplastara. Salí alejándome de allí mientras Gre y Abra seguían esforzándose y seguir viviendo. El hombre gigantesco me perseguía a una velocidad, he de admitir, bastante rápida. Era grande y pesado, sí, pero también daba grandes zancadas y me pisaba los talones. Sólo podía correr. Si cogía una flecha me debía parar para colocarla, y no me podía permitir ese lujo. Los pasillos eran un laberinto y acabé otra vez en el mismo sitio. El aire que entraba por el hueco hacía mucho ruido y no se oía nada. Vi cómo Abra me miraba, sorprendido y gritaba, pero no pude oírle. Instantes después, un dolor abrasador recorrió mi omóplato izquierdo, y un golpe seco dio en mi cabeza. Me caí al suelo y vi cómo el gigante levantaba su espada para darme una última estocada. Apareció Abra, que con todas sus fuerzas le dio una patada que hizo desequilibrarse. Intenté levantarme, lo conseguí pero estaba mareada y no veía nada. Sólo sirvió para que perdiera el equilibrio y me cayera por el agujero hacia el vacío.

Recuerdo caer y caer junto a mi arco. La sensación me era familiar, no era la primera vez que caía herida. Recuerdo desvanecerme y ver una figura difusa, Kah quizás, que me agarraba de la mano y me dijo:

-Lo siento, Ariel.

Mientras los dos caíamos.

Bellas AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora