Alas Rotas: capítulo 1

1K 59 8
                                    

Kah me sonríe como nunca antes lo había hecho. Ha vuelto a perder la apuesta, he hecho otra vez diana.

-Venga, prueba otra vez. -me dice.- Seguro que ahora no aciertas, alitas.

-¿Que no? Podría acertar hasta en una pluma a esta distancia, Kah.

Me sonríe.

-Creída... - y nos empezamos a reír

Kah desaparece de mi campo de visión, supongo que se habrá puesto a cubierto. Cojo otra flecha de mi carcaj y la coloco en mi arco blanco. Estiro el brazo todo lo que puedo y apunto hacia la diana. Suelto y la flecha sale volando. Una ráfaga de viento repentina aparta la diana y detrás de ella aparece Kah. Mi flecha se clava en su pecho, y él, con una expresión de terror, me mira y yo grito hasta quedarme sin voz.

Me desperté gritando y sudando. Miré hacia arriba y pude ver el cielo y las estrellas brillantes. Están ahí, lo sabemos, pero a veces no nos paramos para observarlas ni un momento. En cambio ellas están ahí, observándonos siempre pero permanecen pasivas, como si hicieran que no ven lo que pasa aquí abajo.

Estaba en el bosque, durmiendo y viviendo. Desde la llegada del ejército de los ángeles negros todo se había convertido en una anarquía. La gente robaba, no puedías ir tranquila por la calle porque en cualquier momento podía venir alguien y... lo mejor que te pasaba es que te llevaras una patada en el estómago.

Empezaba a amanecer y no merecía la pena intentar dormir otra vez. Empecé a recoger mis cosas, no eran muy numerosas: un saco de dormir, una botella, mi arco junto mi carcaj, un poco de comida y una triste mochila donde poder guardar todo. Iba sola, sí. Dormía en medio del bosque, ¿pero a quién le importaba que me pasara nada? Estaba muy adentrada en las montañas.. ¿Y si venía un animal salvaje? Que me matara si quisiera, me daba igual. Estaba sola, ¿a quién le iba a importar mi muerte? A nadie.

A veces, cuando los pájaros se callaban y no se oía mi respiración. A veces, si guardabas silencio durante unos segundos se podía oír una bomba a lo lejos detonar.

Pum.

Una persona menos que respira.

Pum.

Plumas carbonizadas que antes ya eran negras.

Pum.

Un niño más solo en el mundo.

Pum.

Un paso más lejos hasta que esto se acabe.

Comencé andar montaña arriba con mi mochila a la espalda. Al principio el terreno está en una ligera pendiente con pocas piedras. Mientras avanzaba poco a poco, el terreno era más escarpado, hasta tal punto que casi era imposible seguir subiendo. Pisé una piedra, lo que provocó que tropezara y rodara unos pocos metros.

-Joder...

Me levanté y observé que el tobillo se me había empezado a hinchar, además de que tenía unos preciosos y sangrantes cortes en los codos. Cojeando seguí caminando hacia donde iba todos los días. Era un sitio escondido y de difícil acceso. Había hierba, una cascada que formaba un lago pequeño y grandes piedras donde poder secar la ropa.

Con el tobillo cada vez más inflamado conseguí llegar a la pared lisa de piedra de unos cuatro metros. Imposible de escalar. Un muro infranqueable para cualquier humano. Una medida de seguridad para cualquiera que pueda volar, como yo.

Como era costumbre, estiré las alas. Una de ellas era perfecta, blanca y sin ninguna imperfección. La otra tenía una fea cicatriz, un recuerdo de un pasado muy cercano. Comencé a elevarme y cuando estuve en lo alto del muro posé los pies sobre la hierba. Se oía el agua caer, todo era muy tranquilo, a pesar de lo que ocurría en alguna ciudad cercana.

Bellas AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora