EL SÍMBOLO

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La oscura noche cubría mi refugio, y la temperatura estaba empezando a bajar bruscamente. Me tumbé sobre unas hojas finas y suaves justo al lado de Tormenta y observé las estrellas lucir en la oscuridad. De pequeño miraba al cielo pidiendo a todas las constelaciones, que se reían de mí desde arriba, que me devolviesen a mi madre.

Mis ojos estaban a punto de cerrarse cuando oí un ruido extraño. Me incorporé de repente y vi en la oscuridad un haz de luz rojo lejano. Volví a oír ese sonido, que pude interpretar como unas voces humanas. Corrí hacia la última palmera del oasis, para observar más de cerca. A lo lejos, sentados sobre una roca, tres hombres tapados hasta los ojos calentaban sus oscuras manos en el fuego. El más alto dijo algo irreconocible, y los demás se tumbaron en la arena. Mientras, los camellos comían con ansia de unos cubos, ignorando a sus amos. Al lado de una de las rocas, había un morral que producía un destello de luz que reflejaba con las estrellas. Por un momento contemplé la posibilidad de que el contenido de ese saco pudiese ser oro. Si por casualidad esa luz dorada fuese una considerable cantidad de peniques, podría ir a Paktia y buscar un trabajo.

Por fin me decidí y caminé lentamente hacia aquellos hombres. Las luminosas llamas me facilitaron la empresa. Cuando estuve lo suficientemente cerca, pude averiguar, con una radiante sonrisa, que el morral estaba a rebosar de monedas de oro. Seguramente serían caminantes de Paktia. Pero, al acercarme un poco más a sus cuerpos dormidos, distinguí un símbolo en la muñeca de los tres varones: un ojo con una pupila de media luna. Había visto aquello antes, pero no recordaba cuándo...

De repente, uno de ellos abrió los párpados muy despacio, dejándome completamente paralizado. Gritó algo, que estaba en un lenguaje distinto al mío, y sacudió a los otros dos hombres, despertándolos. Comenzaron a pronunciar palabras ininteligibles, de las que solo podía entender la mitad, pero lo suficiente para saber de lo que hablaban.

-... hombre... ladrón... capturar...

Automáticamente, salí corriendo hacia el oasis, pero ellos cogieron su equipaje rápidamente y montaron en los camellos. Intenté aumentar la velocidad, pero los enormes animales eran mucho más ágiles. Finalmente, conseguí llegar hasta Tormenta, que se sobresaltó al verme y se puso sobre las patas traseras, relinchando asustada al ver a mis perseguidores. Me subí encima de la yegua, pero los caminantes ya me habían alcanzado. Casi sin darme cuenta, me tiraron al suelo y me ataron las manos y los pies. Lo último que pude ver fue a Tormenta intentando huir, pero la sujetaron con una cuerda. Después, mis ojos sintieron una tela negra, pues me habían vendado desde la frente hasta la nariz.

-¡Soltadme! –vociferé varias veces.

-... no... ver... camino...

Intenté librarme moviéndome de un lado para otro, pero era inútil. Me subieron entre los tres al camello y noté cómo anudaban mis sogas a su cuerpo. Después de tantas nulas intenciones de escabullirme, solo me quedaba esperar...

GINGHARIAN. MICRORRELATODonde viven las historias. Descúbrelo ahora