Amanecí en una sala blanca, con dos estanterías repletas de productos de enfermería: jeringuillas, pañuelos, algodones, vendajes, bastoncillos, botecitos con líquidos sospechosos, que seguramente serían antídotos o medicinas... Una cortina verde claro me impedía averiguar lo que había al otro lado de la habitación. Recordé mi pierna herida, que en ese instante estaba vendada cuidadosamente. ¡Ya no sentía ningún dolor! Me acaricié la cara, que estaba bastante agrietada, pero mucho mejor de lo que me esperaba para haber sobrevivido a una tormenta de arena.
Entonces, la cortina se abrió y apareció un hombre moreno, calvo y con una barba negra y espesa. Aparentaba unos cuarenta o cincuenta años de edad.
-Vaya, ya te has despertado.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? –pregunté, confuso.
-Te encontramos enterrado entre las dunas al lado de unas rocas, con una profunda herida en el muslo, a un kilómetro de aquí. Estás en la A.P.P.A.C.
-¿La qué...?
El hombre sonrió, sorprendido de que no supiese qué era exactamente este lugar.
-La Akademiya de Protección de Plantas Aromáticas Curativas. Aquí sanamos a las personas que acuden a nosotros con el poder de las flores, las hierbas, las hojas... Esta era la zona más húmeda de todo el desierto, así que decidimos crear este lugar para intentar conservar el mayor número de especies vegetales del erg.
-¿Quién es usted?
-Soy Abdallah. Yo inauguré esta academia. Llevo estudiando las plantas toda mi vida –observó mi rostro de arriba abajo –. Bueno, ya basta de preguntas. Tienes que reposar un tiempo, tu piel está muy irritada –cogió un cuenco de la tercera balda de la estantería, que contenía un líquido nítido y rosáceo.
-¿Qué es eso? –me asusté.
-No te preocupes, joven. Es una medicina de flor de cactus –se puso un poco en los dedos y me lo extendió por la cara –. Esto te ayudará. Veamos... abre la boca... la tienes muy seca –alcanzó un recipiente y me lo mostró –. Agua. Seguro que estás sediento.
Agarré el bol con las dos manos y examiné mi rostro, brillante por la crema que me acababa de echar. Bebí con ansia, bajo la atenta mirada de Abdallah.
-Gracias... –balbucí sin aire, mientras el agua me caía a borbotones por la camisa blanca que me habían puesto.
-De acuerdo. Ahora abre mucho los ojos. Quiero ver si les tienes rojos... –examinó mi iris, pero se quedó quieto, pensativo y asombrado –Son azules... esto es impresionante. Solo hay una persona que conozca con esa misma cualidad... Ahmed Al-Blue.
Ese nombre... no, eso era imposible.
Espere a que Abdallah llegase con ese tal Ahmed, mientras volvía a beber del bol unos cuantos tragos de agua más.
-Aquí está. Que sí, hombre. Ya lo verás.
La cortina se volvió a abrir, pero esta vez pasaban dos personas. El otro varón era alto y de fuerte complexión. Tenía el cabello moreno, como el mío, los mismos labios, la misma forma de la cara... y los mismos ojos. El azul brillaba intensamente a la luz de la ventana.
-¿Yamil? –susurró Ahmed, con las pupilas expectantes.
-Hola, padre... –dije, seguro de lo que había dicho.
-Esto es increíble. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¿Cuántos años tienes, quince, dieciocho...?
-Veintitrés –refunfuñé, molesto por la facilidad de mi padre para olvidar mi edad.
-Bueno, será mejor que me vaya –dijo Abdallah –. Os dejo solos.
Y se marchó, dejando un incómodo silencio entre padre e hijo.
-¿Por qué me abandonaste? –pregunté de golpe, intrigado por conocer la respuesta.
-Ah... –suspiró –yo era muy joven. Me había casado demasiado pronto, y cuando tu madre me abandonó no me sentí capaz de cuidar de ti. Así que, cuando tuve oportunidad, busqué a unos amigos que no podían tener hijos, te vendí y me marché en busca de una nueva vida. Poco después encontré la famosa y misteriosa Akademiya de Protección de Plantas Aromáticas Curativas. He vivido aquí desde entonces.
-Nunca te perdonaré por esto... Tus amigos consiguieron tener un hijo y me echaron –reproché, mirándole fijamente con ira.
-No lo sabía, lo siento. Pero ahora eso ya no importa. Tú estás aquí y eso es lo que cuenta.
Y se acercó a mí, abrazándome con fuerza. Aunque estaba enfadado, le devolví el abrazo.
-Te enseñaré muchísimas cosas y aprenderás todo lo que quieras sobre las plantas. Ya lo verás –sonrió bonachonamente, comenzando a relatar sus anécdotas en este lugar.
Estuvimos mucho tiempo conversando sobre lo que habíamos hecho en la vida hasta ahora, mientras él me explicaba todas las medicinas que había aprendido a hacer cuando llegó. Pasé un buen rato con mi padre, y se me olvidó por completo que me hubiese dejado en algún momento del pasado.
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GINGHARIAN. MICRORRELATO
أدب المراهقينYamil Al-Blue, un caminante con ojos azules del desierto, lleva una vida difícil y arriesgada. Cada gota de agua que gasta es un minuto de vida menos. Además, le persigue un pasado duro e inolvidable; su madre le abandonó y su padre le vendió por un...