LA VERDAD

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Una preciosa mañana desperté con ganas de estudiar las plantas rodadoras, ya que Abdallah nos había prometido a todos los alumnos que caminaríamos por el erg para observar y tomar notas sobre la composición de las mismas, porque ese lugar estaba repleto de ellas.

Salí de mi dormitorio y corrí al comedor, desde donde se oían las voces de mis compañeros. Decidí avisar a mi padre de que ya era la hora de desayunar, aunque no dejaba a nadie entrar en su cuarto. Llamé a la puerta varias veces, pero no contestaba. Así que giré el picaporte y entré, sintiéndome un intruso en aquella habitación.

Era mucho más grande que mi alcoba, pero estaba bastante más ordenada. Solo había una cama considerable y una hermosa cajonera pequeña. Me invadió la curiosidad, así que abrí el primer cajón con mucho cuidado, ya que era un mueble bastante viejo y no quería estropearlo. En su interior había una cajita de metal con un símbolo en el centro: un ojo con una media luna de pupila. Mi memoria volvió a refrescar en un instante: Gingharian.

Intenté abrirla, pero era imposible. Estaba cerrada... con llave. Recordé la llave con forma de media luna que Laila me había dado, y descubrí que la cerradura del cofre coincidía perfectamente. Lo abrí con cuidado y contemplé las hermosas joyas de los difuntos reyes del reino del desierto.

-Veo que lo has descubierto –susurró una voz detrás de mí. Di un respingo y miré hacia atrás. Mi padre me observaba entre las sombras, con aire tenebroso.

-¡Pues claro! Pero aquí hay algo que no encaja... ¿Por qué lo hiciste? –me atreví a preguntar con la voz temblorosa. Él no cambió de expresión, siguió tranquilo y misterioso.

-Yo maltrataba a tu madre obligándola a hacer todas mis tareas y las suyas –escupió –. Ella, harta de mi autoridad, me abandonó y me dejó a cargo de ti. Poco después descubrí que se había casado con el rey del reino del desierto, así que planeé mi venganza. No me había marchado en busca de una nueva vida, sino para vengarme. Y finalmente lo conseguí. Después, me escondí en la Akademiya –sonrió maliciosamente, pero en aquella sonrisa había algo de tristeza –. Asesiné a tu madre y a su marido y me llevé la caja con sus joyas. En cuanto a la hija del rey, no tuve tiempo para matarla a ella también.

Me quedé helado, petrificado. ¡Mi madre se había casado con el rey de Gingharian!

-Y ahora que lo sabes todo, creo que tendré que matarte.

Ahmed se abalanzó sobre mí de repente y me agarró del cuello con fuerza. Pero fui hábil y, antes de quedarme sin respiración, le di con la caja en la cabeza, dejándole inconsciente. Como no sería por mucho tiempo, salí corriendo hacia el exterior, con el pulso muy acelerado. Recordé que tenía guardadas las bengalas rojas que me había dado la princesa, así que las lancé hacia el cielo. Poco después, como por arte de magia, aparecieron unos guardias de Gingharian.

GINGHARIAN. MICRORRELATODonde viven las historias. Descúbrelo ahora