La negrura de la noche se acercaba un día más. Me encontraba sentado en una roca lisa, mientras Tormenta comía ruidosamente unos pequeños brotes de hierba que habían crecido por allí. Había mucha tranquilidad, quizá demasiada. El ligero viento transportaba diminutas partículas de arena, que chocaban contra mi mejilla. Entonces, comencé a sentir escalofríos que me recorrían el cuerpo de arriba abajo.
Y, repentinamente, apareció el motivo de mi preocupación: unas pinzas gigantes me agarraron el cuerpo y me levantaron hacia arriba. Sentí un dolor agudo en el costado y grité con todas mis fuerzas. Intenté girar la cabeza para averiguar lo que estaba sucediendo, y vi la figura de un monstruo enorme, que no supe reconocer. Golpeé con fuerza aquellas zarpas para que me soltasen, y caí desde una altura bastante elevada. Me derrumbé en el suelo con la pierna aplastada. Era incapaz de moverme. Desde ahí pude descubrir que aquello... ¡era un akrep! Un escorpión gigante de las arenas.
Abrí y cerré los ojos varias veces. Lo que estaba viendo no podía ser posible. Se desplazaba rápidamente, y su aguijón amenazaba con clavarse en mi piel. Intenté levantarme con todas mis fuerzas, porque el escorpión se acercaba a mí con velocidad. Cuando lo conseguí, aceleré hacia tres palmeras solitarias para poder esconderme. El akrep pareció percatarse de mi ausencia, y comenzó su búsqueda. Asustado, cacheé los objetos de mi morral en busca de cualquier elemento puntiagudo, un arma, o algo que me ayudase. Por fin, hallé una daga larga con el símbolo de Gingharian, que me serviría para defenderme.
Agarré la empuñadura y me preparé para lo peor. El escorpión estaba situado justo detrás de la palmera, acechando con las patas adelantadas. Salí de mi escondrijo para acudir a su encuentro. Se abalanzó sobre mí con toda su energía. Aunque ya me lo esperaba, fui incapaz de reaccionar, y golpeó la daga lo suficientemente lejos de donde estábamos para que yo no pudiese llegar estirando el brazo. De repente, exhalé un suspiro de pánico y dolor y miré hacia mi pierna herida: el horrible monstruo me había clavado el aguijón en el muslo. Noté como el veneno se expandía por toda mi pantorrilla.
La criaturatenía el camino libre para acabar conmigo. Y justo cuando estaba a punto dehundir sus afiladas patas en mi pecho, saqué fuerzas de mi interior y alarguéel brazo todo lo posible para conseguir agarrar el puñal y ponerlo en alto. Elescorpión se lanzó a por mí y, sin bajar el brazo, la punzante hoja penetró ensu corazón. Cayó encima de mí, aplastándome y dejándome sin respiración. Me loquité como pude y me quedé tendido en el suelo.
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GINGHARIAN. MICRORRELATO
Ficțiune adolescențiYamil Al-Blue, un caminante con ojos azules del desierto, lleva una vida difícil y arriesgada. Cada gota de agua que gasta es un minuto de vida menos. Además, le persigue un pasado duro e inolvidable; su madre le abandonó y su padre le vendió por un...