Lo imposible sólo tarda un poco más

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Son casi las nueve de la mañana y el plan se pone en marcha. Sole prepara el desayuno en la cocina. Está tan nerviosa que todo se le cae de las manos. He aquí el plan que han tramado: Sole ha quedado a las diez con Clara e Iris a la puerta de su casa, para que sus padres no sospechen nada. Clara llevará la bici de Jaime, así podrá ir con Iris y cargar toda la comida en el remolque. Jaime esperará a que llegue Óscar e irán andando por el atajo. Si todo va bien, pasarán el día en el pantano y si algo va mal... «¡NADA PUEDE IR MAL!», piensa Sole emocionada.

—¡Buenos días! —Inés aparece por la cocina con un batín azul reluciente—. ¡Qué madrugadora! —Buenos días, mami. Qué bien que estés aquí, porque iba a despertarte. No encuentro el pan. ¿Dónde está? —Es que no hay pan. —¿Cómo que no hay pan? ¡Pero si ayer te dije que me quedaría a comer allí! —Me olvidé de comprarlo. Tranquila, puedes ir a la panadería... A Sole la sugerencia no le sienta nada bien. Pero si se enfada en esta situación no hará más que empeorar las cosas. La chica respira tres veces sin dejar de repetirse a sí misma: «Piensa, piensa, ¡PIENSA!». Luego se dirige a su madre tratando de aparentar calma y le dice: —Mamá, no te preocupes: ya comeré de lo que lleven mis amigas. Pero lo que no sabe Sole es que una mamá es una mamá, y una mamá no deja nunca que una hija se vaya por ahí sin nada de comida.

—Eso ni hablar. ¿Qué pensarán tus amigas? ¿Que eres una aprovechada? —¡No tengo tiempo para ir a comprar! —¡Pero si son sólo las nueve! —¡Pero mis amigas llegarán a las diez y aún tengo que prepararlo todo y arreglarme! —Si fueras a una fiesta, lo entendería. Sole, hija, que vas al pantano. —Mamá, ve tú a la panadería..., please. Inés se lo piensa mientras toma un sorbo de té, y le dice: —Está bien. —Sole la abraza, pero, de manera inesperada, le anuncia—: Te llevaré la comida al pantano y, ya que estamos, también pasaremos el día ahí con papá y Andrés. Sole se queda petrificada: se esperaba cualquier cosa menos esto. —¡Mamá! ¡Yo quería pasar el día con mis amigas! —Lo sé, hija, si no te molestaremos.

Sole no dice nada y, si tuviera algo que decir, tampoco lo haría. Se ha metido en un callejón sin salida. Los pequeños detalles siempre son los que arruinan todos los planes. Sin embargo, con el corazón en un puño, sube a la habitación y prepara una pequeña mochila. «Confía, confía», se dice a sí misma mientras se mira al espejo. Son las diez y veinte. Sole espera en el jardín sin dejar de dar vueltas sobre sí misma, nerviosa. Al cabo de un rato ve en el horizonte a Clara, que pedalea lentamente. Sole coge su bicicleta y va a buscarla. —¡Pensaba que no vendríais! Clara detiene la bicicleta y resopla. Iris está en el remolque de la bici como una marquesa. No parece demasiado consciente de que la otra está haciendo un esfuerzo. —Creo que tendremos que turnarnos — sugiere Clara. —¿Acaso insinúas que estoy gorda? —se le encara Iris.

—Gorda, gorda, lo que se dice gorda no es la palabra, pero sí que pesas un poco, la verdad. Para qué engañarte. Porque no sólo te llevo a ti, sino también la comida y el agua —se justifica Clara. —Chicas... Acaba de pasar una cosa... —dice Sole, preocupada—. Mi madre ha tenido la brillante idea de ir más tarde al pantano con mi padre... y no he sabido cómo evitarlo. —Que no cunda el pánico. Ahora no podemos dar vuelta atrás. Estamos aquí para apoyarte hasta el final —dice Iris, sentada en su trono improvisado—. En principio, todo debería ir tal como habíamos planeado. Eso sí, una vez en el pantano, vigilaremos que tus padres no se acerquen demasiado. Si lo hacen, esconderemos a Óscar en el bosque. Al fin y al cabo, no saben que está aquí. —¡Gracias, Iris! Creo que, más que periodista, lo tuyo sería trabajar de espía. ¡Se te da muy bien!

—Sí. Ahora que lo dices, no me iría nada mal —le responde ésta, guiñándole un ojo. —¿Nos vamos o qué? —les recuerda Clara. —¡Adelante! —gritan todas juntas.

Mientras tanto, el autobús viejo y polvoriento de la compañía Capira entra en el pueblo. Jaime está en la parada. Ha llegado media hora antes, por si acaso. Si todo sale bien, las chicas estarán orgullosas de él. Pero una duda lo asalta de pronto y no se la puede quitar de la cabeza: «Mucho hablar de Óscar, pero ¿cómo sabré quién es?». Demasiado tarde para preocuparse, el autobús ya ha llegado. Se abren las puertas. Uno de los últimos en bajar, con una mochila de mano y con aires tímidos, es un chico que va mirando de un lado a otro. Va vestido con unos pantalones vaqueros cortos, una camiseta de su equipo de fútbol y unas sandalias hawaianas negras.

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora