Quisiera perderme contigo

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Sole se despierta con la sensación de que todo lo sucedido anoche fue un simple sueño. El reloj de la mesilla de noche marca casi la una y media de la tarde, y desde la cocina sube el olor característico del sofrito de su madre. La chica se despereza, se estira y se sorprende a ella misma susurrando: «Ay... Álex, Álex...». Entonces se tapa la boca, y se masajea la sien. «Buff... creo que estoy como una cabra» y, arrastrando los pies, casi como si fuera un zombie, se dirige a la ducha con una sonrisa de oreja a oreja.

Anoche fue un antes y un después. Definitivamente, le encanta hablar con Álex, es como si sus palabras fueran vitaminas para el alma. Es que le gusta escuchar todo lo que le explica: sus curiosidades, lo que piensa, y cómo él ve el mundo. Mientras se seca el pelo, le viene un pensamiento fugaz y eléctrico. Por un momento se ha imaginado a Álex acercándose lentamente para darle un beso, un beso tierno y profundo. Cierra los ojos y tensa todo el cuerpo. Pero rápidamente se quita esta visión de la cabeza: «¿Qué me está pasando?». Entonces respira hondo un par de veces para calmarse. —¿Te falta mucho? —Andrés pica a la puerta del baño. —¡Un rato! ¿Por? —También me quiero duchar. Vengo de correr ¡y necesito una ducha ya! —Y añade—: Ayer no nos vimos más.

—¿Qué? ¡No te oigo! —dice la chica, apagando el secador. —¡Que ayer no nos vimos! —grita él, al tiempo que ella abre la puerta—. ¿Dónde estabas? —Por ahí... ¿Y qué son tantas preguntas? ¡Que yo volví antes que tú, eh! —¿Qué hiciste? —vuelve a preguntar su hermano. —Oye, ¿esto es un interrogatorio o qué? —No, sólo pregunto. —Estuve con Álex, charlando. Y tú ¿que hiciste? —Estuve con Clara. ¿Tienes algún plan para hoy? ¿Vamos a la piscina? —He quedado. —¿Con quién? —Con Álex. Andrés se queda pensativo unos instantes. —¿Es una cita? —No. Hemos quedado y ya está. ¿Contento?

Andrés prefiere lanzarse bajo la ducha, sabiendo que es inútil intentar sacarle algo más a su hermana: ¡nunca admitirá la evidencia!

Hoy Jaime también está más pensativo de lo habitual. Por eso ha pasado a saludar a Clara. Cuando Iris le dijo que todo sería más fácil si fuera él el amor invisible, le tocó muy adentro. Hasta tal punto que llegó a pensar que quizá se esté pasando con todo esto. Sin embargo, como contrapartida a esta sensación, ha notado cómo ella se le está acercando más y más, y eso le hace sentir liviano, ágil y seguro de sí mismo. En un periquete se planta en la puerta de su amiga; la chica saca la cabeza por la ventana y baja a recibirlo. Como es habitual, se quedan hablando sentados en un saliente de la ventana del comedor. —Entonces, bien, ¿no? —Clara lo mira con dulzura.

—¿Viste la lluvia de confeti? —No llegué a verla... ¡Qué lástima! ¿Cómo lo hiciste? —En realidad no hice nada espectacular. Sabía que iban a tirar un cañón de confeti y sólo le di un sobre al organizador, y luego le pedí que se lo dedicara a Iris. —¿En serio hiciste eso? —Sí... —El chico se encoge de hombros. —Jaime, ahora me das miedo. —¿Por qué? —Toda esta historia del amor invisible... es súper bonita, pero lo tienes que parar. Lo sabes, ¿no? —Tú ya sabes lo que yo siento por Iris... Sólo estoy haciendo que los suyos cambien hacia mí. —Ya, pero es como jugar con ella, ¿no crees? —Yo lo veo como una buena anécdota para contarles a nuestros hijos. Clara se ríe, ¡Jaime es incorregible!

—Pero sí, tienes razón: tengo que pensar en algo para acabar con esto —dice él, sorprendiéndola. —¿Como qué? —pregunta ella, vencida por la curiosidad. —Lo tengo que pensar... —Deja un pequeño silencio y cambia de tema—. ¿Y tú qué tal con Andrés? Clara sonríe. —Muy bien... —dice—. Aunque tuvimos un momento con Dani que... buf. —Ya, lo vi. ¿Luego adónde fuisteis? Os perdí la pista. —Hasta el saliente de roca del castillo. —Uuuuuh.... —canturrea el chico—. ¿Y qué hicisteis ahí? —Cosas... —Clara le da un golpecito en el hombro. —Pues deja que te diga que hacéis súper buena pareja. Me dais un poco de envidia y todo...

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora