Te quiero en grande

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Hoy no es un día cualquiera para Jaime. Se ha levantado a las seis de la mañana con una misión muy especial. Desde el día en que se convirtió en el amor invisible de Iris, anda siempre inquieto, maquinando. No hay que actuar nunca en caliente y, aunque cueste, se debe pensar en frío, calculando cada paso para que no te descubran demasiado temprano. Hoy va a realizar el mayor acto de amor que se haya visto hasta la fecha. A las siete de la mañana está en una colina próxima al pueblo, donde va a escribir «TQ IRIS» en letras grandes

dentro de un corazón gigante. Espera que la chica no sólo se sorprenda, sino que además empiece a apetecerle conocer al autor de semejante creación.

En casa de Sole, el día comienza con olor a café y pan caliente. Inés ha despertado a sus hijos abriéndoles los portones de la ventana. La luz penetra en la habitación y Andrés se esconde con las sábanas, a diferencia de Sole, que prefiere de sobra despertarse con la luz matutina que hacerlo con la alarma del móvil. —¡Mamá, cierra la ventana! —vocifera el chico hecho un ovillo. —¡Buenos días! Despertad, que hace un día precioso —les dice Inés con una voz dulce. Después de vestirse, Sole baja a toda prisa para el desayuno. Al lado de su taza de leche encuentra una bolsita con su nombre.

—¿Y esto? —pregunta la chica mientras abre el envoltorio y saca un cruasán brillante y recién hecho. —¿Conoces al chico de la panadería? —Sí. Es el entrenador de los Toros Rosas, el que invitó a Andrés a jugar con ellos. —Pero el cruasán no es para tu hermano, sino para ti... Sole abre los ojos, sorprendida. Su madre insiste: —¿Y cómo sabía dónde vives? —Aquí en el pueblo se sabe todo —susurra Sole, sonriendo. Coge el cruasán y le da un buen mordisco... ¡qué bueno está! Cuando cree que el día no puede haber empezado mejor, su madre la hace caer de la nube: —Y date prisa en desayunar, que Marta está a punto de llegar. —¡Uf! —Pensaba que era buena profesora y que estabas a gusto con ella.

—No es eso, mamá... ¡Es que es un castigo estudiar en vacaciones! Dicho esto, la chica se levanta de la mesa y, con la taza de leche aún en una mano y el cruasán en la otra, sube a la habitación para coger los apuntes. Su hermano sigue en pijama, con el pelo todo alborotado. Anoche cuando volvió a casa no le dijo a su hermana que había estado con su amiga. Ahora tal vez sea un buen momento para hacerlo, pero deja pasar la oportunidad. Desde luego, ya se lo dirá Clara, si quiere. Por otro lado, ella tampoco le ha comentado que ayer la acompañó Álex. —¿Hay algo que me tengas que contar, hermanita? ¿La historia del misterioso cruasán en la mesa? —se burla Andrés. —¡Y dale con el dichoso cruasán! ¡Qué pesados que sois!

—Oye, por mí como si te regala toda la panadería. Sólo me pregunto por qué crees que lo ha hecho, eso es todo. —Pues porque es amable; ¡no como tú! —Lo que tú digas —le replica su hermano—. Mientras a ti no se te olvide que tienes novio... La muchacha bufa, sale de la habitación y se encierra en el baño. ¿Es que no pueden dejarla en paz? Como de costumbre, coge el pintalabios y marca una línea más en el espejo. No, no se olvida para nada de su novio, y esas rayas contando los días son prueba de ello. Diez minutos más tarde llega Marta. Andrés no ha bajado porque le da vergüenza. La vez pasada quedó como un idiota y, además..., después de la conversación con Clara de ayer ve que en realidad Marta sólo le gustaba por el físico. Echado en la cama, mira hacia el techo, sin hacer nada. Llaman a la puerta. Es su madre, que asoma la cabeza para preguntar: —¿No bajas a desayunar?

—No tengo hambre, mamá. —¿Es por Marta? —Ay, mamá, ya vale... No quiero que os burléis de mí otra vez. Inés mira a su hijo. Se acerca a la cama y se sienta junto a él. —Si te gusta, no tienes que esconderte. —Pues es que creo que no me gusta, ¿sabes? —le responde él. —Pues te guste o no te guste esa chica, ha preguntado si estabas en casa y me ha dicho que quería hablar contigo. El chico hace ver que ni se inmuta. La mujer se levanta y sale de la habitación, pero cuando está bajando la escalera oye cómo el chico se encierra en el baño y el ruido del agua de la ducha, y esboza una sonrisa mientras piensa: «Qué edad tan bonita». Andrés se ducha rápido y se afeita para estar presentable, pero los nervios le juegan una mala pasada: le tiemblan las manos y, como apenas

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora