He visto una estrella en ti

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Todo el mundo sabe que lo mejor del verano son las noches, porque es la única estación del año en que puedas gozar de la oscuridad y de las estrellas sin que se te hielen la nariz o los pies. La sensación de mirar el cielo estrellado, hasta perder la noción del espacio-tiempo, es impagable. Andrés se ha quedado en la plaza, sentado en el banco, con ganas de tener una conversación profunda con un amigo, con quien abrirse con toda libertad. Mientras tanto, en el bar, Sole, Iris, Jaime y Álex están turnándose para jugar al futbolín. Las

chicas han entendido que Clara quería quedarse sola, porque ella es así, en los momentos difíciles prefiere recogerse, y sólo luego acudir a las amigas. Iris la conoce muy bien, y por eso le prohibió a Sole ir a buscarla: será mejor que se vean mañana y se cuenten lo sucedido con una buena ración de chuches compartida. —¿Dónde te habías metido, Andrés? Prepárate, que entramos a jugar con quien gane — dice Jaime. —Yo no voy a jugar —contesta el otro. —Ah... Vale. —Sole, me voy a casa. —Pero la chica está tan concentrada que ni siquiera le oye. La noche poco a poco empieza a presentarse y el azul del horizonte se va tiñendo de un negro dulce. Los gorjeos de algunas golondrinas retumban en las paredes de piedra de las casas. Andrés no puede quitarse a Clara de la cabeza. Se ha sentido muy a gusto con ella, y la despedida le ha dejado sumido en un estado

melancólico. Cuando llega a la calle del Castillo se pone algo nervioso: ahí vive ella. ¿Qué hacer? Cuando está en el número tres, frente a su casa, las dudas lo asaltan. El dedo índice está a punto de rozar el timbre, pero se detiene. Retrocede tres pasos, luego avanza dos, se vuelve sobre sí mismo y un instante después, como si la mano tuviera vida propia, llama al timbre. Contiene la respiración por un momento. Dentro de la casa se oyen un murmullo y unos pasos ágiles que bajan una escalera. Clara abre la puerta con timidez. —Hola... —murmura el chico, saludando también con la mano. —Hola —contesta ella; tiene los ojos rojos. —Quería saber si estabas bien. —Bueno, normal. Entre ellos se crea un silencio vibrante. —¿Te apetece ir a pasear un rato? —propone Andrés y, mientras lo dice, se muerde los labios.

La muchacha, cabizbaja, le cierra la puerta sin contestarle. Él se queda inmóvil, sin saber qué hacer. Ella aparece antes de que haya pasado un minuto y le dice: —Dentro de media hora tengo que volver para cenar.

Mientras tanto, en el bar, Álex le está dando una paliza a Sole en el futbolín. Ha tratado de dejarse ganar, pero ella es tan mala que si se dejara marcar un gol se notaría demasiado. —¡Nosotros también queremos jugar! Jaime está cansado de mirar. —Está bien. Aún quedan tres bolas y Álex, con tres golpes secos de muñeca, marca los últimos goles, bajo las miradas atónitas de todos. —¡Eso es trampa! —exclama Sole, indignada.

—El futbolín es así —le dice él con una sonrisa—. Tienes una defensa pésima, pero si quieres podemos formar un buen equipo. —Ni hablar. Yo voy con Iris y tú con Jaime. Chicas contra chicos. Iris se coloca al lado de Sole. La partida acaba de empezar. —¿Sabéis una cosa? —Iris hace el saque—. Mañana es mi cumpleaños. Jaime alza la cabeza: —¿Cómo? Iris chuta con uno de los jugadores y marca el primer gol. —¡Este gol no es válido! —exclama Jaime. —Como decía, ¡mañana es mi cumple! —Les sonríe a sus contrincantes y choca la mano con su amiga. —¡No sabía que fuera tu cumpleaños! —Sole la abraza. —¿Por qué te lo tenías tan calladito y se te ocurre decirlo ahora? —pregunta Jaime.

—Este tipo de cosas no me suelen gustar, pero ahora me siento inspirada. Llevo toda la tarde pensando si celebrarlo o no... ¡y por fin me he decidido! El juego continúa y los chicos marcan dos goles sin rodeos ni celebraciones, mientras Iris no para de hablar de cómo organizará lo de mañana. —Si queréis, paramos la partida y os vais a preparar la fiesta, que no os veo muy concentradas —se burla Álex mientras pone la bola en juego y marca gol. —Si nos ganáis, no os invitamos —los amenaza Iris con picardía. —No me creo que sea tu cumpleaños —dice Jaime, negando con la cabeza. —Pregúntaselo a mi madre. Además, el año pasado viniste a mi fiesta, ¿ya no te acuerdas? Jaime guarda silencio. Es verdad: el año pasado estuvieron en el jardín trasero de su casa, pero no sabría decir qué día fue, ni tampoco el mes. Esto le remueve las entrañas. Creía saber

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora