- No debí exponerte a mis padres - se lamentaba Eduardo, sujetando su delicada mano. - Perdóname, no tenían ningún derecho aún cuando...- Deja de preocuparte, no tengo nada que perdonarte - le asegura, mirando sus ojos azules agradecida por aquel gesto. - Me defendiste. Eso me basta.
Los ojos azules del muchacho tan parecidos al cielo, la miraron haciendo que ésta se estremeciera de tal ternura que demostraban. Hizo a un lado su pequeña maleta, de este modo, sus manos estarían libres para posarse sobre el delicado rostro de su amada.
- Te amo demasiado - le confiesa, con una voz casi ronca, llena de seguridad dejando el tiempo necesario, para asimilar la profundidad de sus palabras. - Y aunque somos dos jóvenes enfrentándonos a la nada, a mí me... encantaría y me harías muy feliz... si...
- ¿Qué pasa? - Ivonne comenzaba a ver a Eduardo un poco borroso, su cuerpo la había hecho reaccionar, secretando algunas lágrimas que luchando por salir. - Eduardo, puedes decírmelo, ¿sí?
- ¿Aceptarías casarte conmigo?
La pesadez de aquella frase se sostuvo en su cabeza de manera asfixiante, le faltaba el aire, sintió su corazón estrujarse con el de él; la seriedad del joven para decírselo, se esfumaba, dejando escapar una sonrisa muy nerviosa, para su gusto.
- No tengo ni que pensarlo - ahora una lágrima había logrado su acometido, y una mueca de felicidad mezclada con ternura, se hizo presente. - Claro que sí amor.
Eduardo soltó el aire, que había retenido, esperando la respuesta de su amada.
Fue entonces cuando se abrazaron con una fuerza inhumana, dándose a entender lo mucho que se amaban, alegrándose por compartir aquellos sentimientos.Los dos hacían una linda pareja, muy a pesar de su corta edad. La chica era bastante hermosa, con su cuerpo delgado, que encajaba perfectamente con su piel aceitunada; unos ojos amielados, que contrastaban con su sedosa melena castaña. Por su parte él no se quedaba atrás, era lo que se consideraba alto, con su cabello lacio, que a veces resultaba tan suave, ojiazul, con una aura que la hacía sentir siempre segura a su lado.
Lo que más amaba era su sonrisa, que comenzaba como un esbozo, convirtiéndose en una perfecta y hermosa mueca. Lo impresionante es que la conservaba
a pesar de las adversidades, como ahora.Ivonne no tuvo de valor de enfrentarse con su madre, muy cobardemente accedió a lo que durante toda su vida fue su hogar, le dejó una nota, donde en resume le explicaba su penosa situación y su inmediato abandono.
Guardó todos los objetos de su propiedad, en una bolsa ancha, color caqui; reuniendo todo el valor que fue capaz, abandonó la vivienda, junto con todas sus memorias de infante que había experimentado, en el interior de su antigua casa.
Su madre podría llegar en cualquier momento, por lo que no tardó en marcharse del lugar.Andaban sin rumbo fijo, pero con un único objetivo, el de estar juntos.
De pronto ella pregunta un poco cabizbaja:- ¿Crees qué algún día nos perdonen?
- ¿Quiénes?- Responde evadiendo una cuestión innegable.
- Nuestros padres.
Casi juró que había notado, la sequía de su garganta al nombrarlos.
- Quizás, ¿te preocupa? - Responde sin mucho interés, mirando hacia la calle.
- Es mi madre, y siempre lo será, la voy a extrañar.
Hablaba con cierta aflicción, lo cual demostraba una sublime desolación, por dejar a su madre, sobre todo, sola, sin compañía alguna.
- No cielo, por favor, no te pongas así, que no quiero verte triste, ¿me oyes?
ESTÁS LEYENDO
Un pequeño imprevisto
Teen FictionTodo comienza cuando dos jóvenes comienzan una vida muy diferente a lo ordinario al comprobar que serán padres.