Capítulo 13

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  • Dedicado a Amanda G.
                                    

Para cuando han llegado al pueblo más cercano del camping ya ha empezado a llover. Unas finísimas gotas caen al principio, silenciosas, prácticamente invisibles para los ojos, caen como queriendo pasar desapercibidas. Pero pasado un tiempo esta lluvia se anima y cae con más fuerza, que en parte se agradece. Alexia mira al cielo. Ve las millones de gotitas que caen una tras otra sin prisa ni pausa. Cierra los ojos. Siente como las gotas se cuelan entre cada uno de los poros que forman su piel.

Christian aparca la moto en una de las calles del pequeño pueblo. Este está colocado en un valle rodeado de montañas, con casas bajitas cuyas fachadas son de madera y piedra. El suelo también es sólo de piedra. Hay mucha vegetación. Por todos los lados se aspira olor a húmedo y a frescura. Todo en general le gusta, es muy acogedor.

Una vez que Chris se asegura de haberle puesto el bien el candado a la moto, coge de la mano a Alexia. Le gusta cuando lo hace. Siente como su mano se mantiene cálida y firme contra la de ella. Juntos echan a correr calle abajo con cuidado al pasar por encima de las resbaladizas piedras mojadas. Cada vez llueve más y más. Corren hasta refugiarse debajo del tejadillo de un mesón. Por encima de ellos se mece suavemente un cartel de madera, en él está tallada una jarra de cerveza junto con un letrero, el cual lleva escrito “Mesón El Riachuelo”.

Alexia escurre el agua de su coleta con ambas manos. Está completamente empapada de la cabeza a los pies. En el caso de Christian, el rubio oscuro característico en su cabello ha pasado a ser de un color castaño más bien negro, este le resbala despeinado por la frente. Al contrario que su pelo, que ha perdido básicamente su color original, sus ojos brillan con el mismo verde intenso de siempre. No puede evitar que, cuando le mira, los ojos se le vayan directamente a sus magulladuras, a la vez no puede evitar sentirse culpable por ser parte de la razón por la cual este las tiene. Es inevitable…

—¿Te apetece que entremos a comer algo? —pregunta el chico—. Si te parece bien. Es que no he desayunado esta mañana y ya hay hambre. Además con este tiempo no hay muchas mejores que puedas hacer.

—Está bien. Pero por mí no, no tengo hambre —miente la chica.

En realidad tiene un hambre tremenda, como él, ya que tampoco ha vuelto a probar bocado desde ayer. Porque no ha podido más que nada. No era plan que después de discutir con su padre se pusiera a desayunar con toda la tranquilidad del mundo, como si nada hubiera pasado.

—Típica excusa usada para cuando la verdad es que tienes hambre pero lo que no tienes es dinero. Yo… que podría invitarte a comer…—dice imitando sentir pena—. Es más, lo tenía pensado de antes. Lo de invitarte a comer aquí.

—Pero…—intenta replicar pero es cortada antes de que haya podido acabar la frase.

Lake VioletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora