Capítulo 14

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  • Dedicado a Raquel F.
                                    

Ya ha caído la noche, el sol se escondió hace rato detrás de las montañas. El color del lago ha pasado de ser verde azulado a un tono negro azabache. Y a pesar de que ahora no está sola, no puede evitar sentirse insegura donde está. Siente como si estuviera siendo vigilada constantemente. No para de mirar alrededor suyo en busca de ver algo o alguien, siempre obteniendo los mismos resultados. En ese momento, echa de menos estar en casa metida entre cuatro paredes en vez de estar al aire libre, aunque por nada cambiaría estar al lado de Christian. Aunque sólo le conoce desde hace un par de días, tiene algo que le hace parecer que es un conocido de toda la vida. En su mirada pululan destellos llameantes del fuego que lentamente va prendiendo. Ambos están sentados alrededor de la fogata asando el resto de nubes que quedaron ayer, aparte de frotarse las manos para entrar en calor, ya que estas se mantienen heladas desde que se dieron un chapuzón en el lago después del tiro con arco.

Chris la había alzado por los aires para luego cargarla sobre su hombro como si se tratara de un saco. Pese a las constantes súplicas y la resistencia que la joven oponía, este había echado a correr con ella encima para más tarde dejar que el agua les engullera a ambos.

El tiempo no ayuda a que recuperen el calor. Cualquiera diría el gran contraste de temperaturas que llega a haber entre el día y la noche. En otras circunstancias, Alexia lo agradecería. Pero no es el caso. Ahora mismo le castañean los dientes. Prueba a asar otra nube, y mientras esta se asa, saca un poco la lengua sin iniciativa propia, poniendo así una cara que le resulta divertida a Chris.

—A veces parece que los años no han pasado por ti —le suelta este.

—¿A qué te refieres? —masculla con la boca llena de nube. No sabe de lo que le habla.

—A que a veces, con gestos y lo que haces me recuerda mucho a como eras hace diez años —comenta como si nada, dejándola aturdida.

La nube se le ha atravesado y tose.

—Quieres decir que… ¿nos conocíamos de antes? —pregunta con un hilo de voz. Eso explicaría lo que dijo antes.

—Sabríamos que no te acordarías. Así que tu padre no quiso hacerte un lío de recuerdos desde el principio… Puede que tu mente hubiera querido anular los recuerdos de esa época por lo de tu madre —pone una mueca triste—. Sí, nos conocemos. Es más, si no contamos a mi padre…fuiste la primera persona que conocí al comenzar mi nueva vida, o volver a nacer como lo llamo yo.

—Siento no acordarme… en serio —mira al suelo—. ¿Te acuerdas de más cosas de cuando me conociste por si me hace recordar?

—Sí, como para no olvidarlo. Bueno pues te contaré otra historia —dice riendo y luego se pone otra vez más serio—. Verás cuando me adoptaron, no tenía ganas de nada. Mi padre hacía lo que podía para animarme, consentirme y demás, pero yo era como un vegetal para él. Él quería adoptar a un niño no a una planta. Sé que él al principio se arrepentiría de haberme adoptado a mí.

—No puedes decir eso, es mentira —siente un nudo atravesado en su garganta.

—Sí, sí que es verdad, Alex. —Nadie la llamaba así desde hace tiempo. Este hace una pausa y continúa explicando—. Entonces me trajo con él al camping, tenía que trabajar en verano. También pensaba que la naturaleza podría animarme un poco y devolverme las ganas de vivir, pero la naturaleza no hizo nada de eso, fuiste tú.

Llegaste al camping. Tú, con tus dos pequeñas coletas castañas a los lados y con una sonrisa de oreja a oreja. Venías con tus padres de las manos. Parecía como si estuvieras por encima de cualquier cosa que pasara. He de reconocer que te envidiaba, envidiaba tu suerte, intenté hasta odiarte…pero eso me resultó imposible, tenías algo, no sé, una especie de encanto junto con tu inocencia. Tú no sabías nada de la vida con apenas seis años, yo en cambio, con mis ocho años pensaba que ya había visto demasiado y que no quería ver más, pero no era demasiado lo que había vivido al fin y al cabo, sino que lo había comprobado demasiado rápido. Había madurado mucho antes que cualquier otro niño de mi edad, pero tú me enseñaste lo que era ser niño, ser feliz, ilusionarte con nada y dándole importancia a las pequeñas cosas de cada día. También descubriste en mí lo que era querer, quise tanto a mi padre como te quise a ti. No me digas el por qué, pero me cambiaste. Luego se acabó el verano y te fuiste…más tarde pasó lo de tu madre… He seguido teniendo noticias tuyas, pero no te volví a ver.

Parece como si quisiera llorar, pero ninguna lágrima brota, en cambio a Alexia ya le van unas cuantas.

—Y ahora que después de diez años vuelvo a tenerte aquí, simplemente no quiero que te vuelvas a ir.

Cuando ha acabado, Alexia se levanta del almohadón del suelo y sin que este lo espere se le lanza encima haciendo que caigan de espaldas y rueden por el suelo.

—Ojala, algún día en el que me cuentes una historia que sea feliz, ¿eh? —dice Alexia. Una lágrima resbala por su mejilla y cae hasta la de Christian—. Perdona.

—Al contrario que tú, yo pienso que esta historia tiene un final feliz, ¿no crees? —pregunta.

—Pero si aún no tiene final —contesta.

—Y preferiría que siguiera así. Los principios y los finales nunca fueron buenos. Pero en este mundo ni lo más bueno dura eternamente. Así que sólo puedo prometerte que si lo permites, juntos escribiremos el mejor final posible.

Lake VioletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora