Hoy ni siquiera trato de ocultar un poco los rastros de haber pasado la noche anterior en vela. Me levanto y conduzco hasta el instituto como una autómata. Al salir del coche, mi reflejo proyectado en los vidrios ahumados de la ventana me devuelve una imagen casi espectral. Da igual. No importa si me dedico o no a mejorar mi aspecto, nadie lo va a notar. Nunca lo han hecho.Olivia llega al mediodía. Bob tuvo que pedir permiso en el trabajo para cuidar de Thomas y dejarla libre para el viaje. Es lo mismo todas las semanas. No lo dicen, pero sé que represento un estorbo. Aunque aprecio el gesto, preferiría que no viniera. No quiero fingir que estoy bien cuando apenas tengo fuerzas para moverme del estacionamiento hasta el salón de clases. En lo único que pienso cuando estoy allí es en llegar a casa, cerrar las cortinas, y hundirme en mi pútrida autocompasión hasta que, por arte de magia, los días se evaporen y tenga que volver a arrastrarme hasta el instituto.
Además, hoy estoy llegando tarde. Es incluso peor recorrer los pasillos cuando están tan vacíos y silenciosos, así no puedo mantener la mente en blanco. No puedo dejar de pensar en la llegada de Olivia. No puedo dejar de imaginarme que Antón va a ir a esa fiesta hoy y se va a encontrar a una chica, una menos frígida, y se la va a follar mejor que a mí. Dios. Me debería sentir culpable por el estremecimiento que recorre mi cuerpo al imaginarlo de esa forma, pero lo cierto es que no lo hago.
―Quizá debería haberse quedado en casa ―dice Adams―. La noto descompuesta
Alzo la vista y dejo el pase encima de su escritorio.
―Estoy bien.
Sin embargo, no lo estoy. Apenas me sale la voz y sentir la atención de todo el alumnado en mí solo empeora la situación. Los diminutos ojos del imbécil que tengo por profesor me dan un escrutinio rápido y luego niega con la cabeza.
―Vaya a la enfermería, Dupont. No pienso seguir mi clase con una alumna a punto de desmayarse.
Asiento. Solo me queda hacer eso y tensar la mandíbula para no terminar gritándole una tanda de improperios. Supongo que es mejor eso que ir a la dirección, al menos allí tengo posibilidades de que no llamen a mis padres. Aunque, he de admitirlo, me siento un poco mareada. Es tanto así que cuando llego voy directo a sentarme en la camilla.
―El profesor Adams me hizo venir ―Intento sonreír y me sale una mueca extraña―. Dice que parezco enferma, pero no es verdad. Solo pasé la noche en vela.
―Te ves mal. ―Roberts ni siquiera está mirando en mi dirección cuando dice eso; está buscando algo debajo de la mesa y solo voltea hacia mí cuando ha terminado―. Quizá se te bajó la tensión, déjame ver.
Coge de una de las estanterías una banda de látex y me hace extender el brazo para enrollarla alrededor.
―No estoy mal.
―Chist. No hables. ―La enfermera frunce el ceño―. Tienes noventa y sesenta de presión. Eso es bajo. No desayunaste, ¿verdad?
Siento mis mejillas enrojecer.
―Y-yo n-no sabía que...
―Ninguna sabe ―murmura para sí misma mientras camina a la estantería de la que sacó el tensiómetro―. Tómate esto y luego recuéstate un rato con las piernas en alto.
Me tiende un vaso de agua sobre el que disuelve dos sobres de azúcar. Reprimo una mueca y hago lo que me pide. Si quiero salir rápido, lo mejor es que ponga de mi parte. No quiero que Olivia se entere que estuve aquí, así que tengo que evitar a toda costa alarmar a la enfermera. Además, sí me siento mejor luego de diez minutos estando allí, o al menos intento convencerme y convencer a esa horrible mujer de que es así.
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Suya
RomanceCarolinne tiene dieciséis años y busca un hijo. Su madre se está muriendo y esa desesperada determinación parece ser el único resquicio de esperanza que ilumina el oscuro y vacío túnel en el que se ha convertido su vida. Sin embargo, luego de tantos...