V

3.8K 269 47
                                    

Sé que solo ha pasado una semana, pero yo lo siento como un mes. El agotamiento hace que me pesen todas las extremidades del cuerpo y me resulta cada vez más difícil dormir corrido porque, cuando cierro los ojos, solo puedo pensar en él y en lo que me hace. Cumpliendo con su promesa, aparece en mi casa día tras día y hoy no es la excepción. Llega a las seis de la tarde y le abro la puerta. Tiene una barba de varios días que le añade a su imagen un matiz de descuido que me llama la atención. Cómo odio eso. No poder serle indiferente es una muestra de mi propia debilidad.

―¿Qué tal andas? ―le pregunto.

Agarro su abrigo y lo dejo en el perchero del recibidor antes de invitarlo a pasar.

―No lo llevo mal.

Ambos tomamos asiento en el sofá. Carraspeo, no me gusta el silencio.

―¿Has estado en la reunión del club de teatro?

Él me mira de una forma que no puedo descifrar y asiente. Observo con atención cada uno de sus gestos y reprimo un suspiro al evocar cada una de las veces que logró hipnotizarme mientras actuaba. Un escalofrío sube por mi espalda y estremece todo mi cuerpo ante los recuerdos mis últimos días en el teatro del instituto.

―Hay momentos en que lo extraño ―me encuentro admitiendo en voz alta―. Knudsen perdiendo la paciencia el día antes de la presentación, los chicos inventándose ejercicios de improvisación estúpidos... Ah, los chicos, hace tanto tiempo que no hablo con ellos.

Sonrío de forma involuntaria. De repente, me asaltan unas ganas terribles de estar sobre un escenario otra vez y actuar. Actuar aunque no lo haga bien y nadie me esté viendo, actuar para que todas mis preocupaciones desaparezcan sin más, actuar por el simple placer de hacerlo.

―Pero hablas conmigo. ―Sus palabras interrumpen el hilo de mis pensamientos―. Eso es suficiente.

Frunzo el ceño y muevo la cabeza. ¿A qué se refiere con eso? Sus ojos se encuentran fijos en los míos y es como si tuviesen el poder de devorarme.

―Supongo... ―me muerdo el labio, recordar qué estaba diciendo se vuelve una difícil tarea cuando sus ojos están así de oscuros― que lo es.

Antón se acerca a mí y atrapa mis muñecas. Los latidos de mi corazón aumentan y siento el calor ascender desde el lugar donde nuestras pieles entran en contacto y extenderse por todo mi cuerpo. No pongo resistencia cuando me empuja a recostarme en el sofá y se tumba encima. Su peso no me aplasta y aun así siento que me cuesta respirar con normalidad porque no deja de verme en ningún momento. Mientras desabrocha mis pantalones y los baja, sé que está esperando alguna señal de mi parte que le indique que debe parar, pero mi expresión no cambia ni un ápice. Incluso cuando separa mis piernas y se coloca en el centro, sigo sin moverme.

«No quiero que pienses que estás haciendo algo contra mi voluntad. Ni siquiera llevo ropa interior para hacértelo más fácil. Sin embargo, no te creas ni por un momento con un mínimo de poder sobre mí. Justamente por eso no quiero que me toques, no quiero que me beses y no quiero que me hagas desearte más de lo que ya lo hago. Ah. Cuando estás dentro de mí, Antón, tengo ganas de gritar y de clavarte las uñas en la espalda. Me cuesta tanto mantenerme así de inmóvil, de muerta, como me ves...»

Al fin acaba.

Cierro los ojos y espero a que deshaga de su agarre para intentar moverme. Lo veo acomodarse los pantalones y luego se da media vuelta y abandona la sala. Yo también me acomodo y respiro profundo. Le sigo solo cuando siento que mi respiración está estable y la cabeza ha dejado de darme vueltas. Noto que se ha instalado en la cocina.

―¿Cena para ambos?

Antón se encoge de hombros en respuesta. Tengo que reprimir una mueca mientras me siento en uno de los taburetes y lo observo desenvolverse en silencio. ¿Qué demonios pretende? Ni siquiera somos amigos y aun así insiste en quedarse y preparar la comida como si fuese lo más normal del mundo. Esto no es un maldito papel que hay que interpretar, yo no le importo una mierda y no tiene que fingir que es así.

―¿Te gusta la pasta?

No.

―Sí.

De todas formas, ya la ha puesto a cocinar. La parte buena es que al menos tengo una vista bastante buena de su espalda. Y de su trasero. Recuerdo que en un ensayo comentó que nadaba dos horas en su piscina antes de ir a clases cuando era verano y que en invierno trotaba por su vecindario incluso en los días más fríos.

―Busca los cubiertos para que podamos comer ―me dice.

Doy un respingo al darme cuenta hacia dónde estaban dirigiéndose mis pensamientos. Enrojezco de solo pensar lo que hubiese pasado si volteaba y me descubría devorándolo con la mirada. Me incomoda sentirme tan atraída a Antón, pero me incomodaría aún más que él lo descubriera. Gracias al cielo está demasiado ocupado sirviendo nuestros platos para notar mi inquietud, y para el momento en el que ambos nos sentamos, en lo único en lo que puedo pensar es en la cena que tengo delante de mí.

―Que tengas buen provecho.

Cojo los cubiertos y reprimo una mueca. Está bien, ya he hecho esto antes. No es que me guste engañar a nadie, pero sé que funciona. Si procuro mover la comida de un lado al otro del plato y llevarme a la boca la menor cantidad posible, el efecto visual que produciré será el adecuado.

―Está deliciosa ―le digo. Me llevo una porción a la boca para hacerlo más creíble.

Antón se encoge de hombros, no parece darse cuenta de lo que estoy haciendo; sin embargo, su expresión sigue siendo seria. No sé qué demonios puede estar pasando por su mente y aun así estoy nerviosa.

―Mañana es viernes ―comenta―. Y no podré venir.

Su atención está centrada en mí y en la reacción que genera la noticia, es por eso que procuro mantenerme impasible.

―Entiendo.

Aprovecho la distracción para recoger mi plato y llevarlo al lavadero.

―Tengo un compromiso ―insiste.

Lo observo por encima del hombro. Sé que Anne lo ha invitado a su fiesta de cumpleaños, estuvo hablando de eso todo el día de hoy. ¿Realmente quiere jugar a hacerse el desentendido? Podemos ser dos, entonces.

―Está bien. ―Asiento―. Mi tía vendrá en la tarde de todas formas.

―Entonces no nos veremos. ―Oigo que se acerca, pero ya he echado al bote de basura lo que quedaba en el plato, así que me permito relajarme―. Quizá tampoco el sábado.

Volteo a verlo. Sacudo la cabeza y mi boca se abre de forma involuntaria respuesta al tono cortante que ha utilizado en la última frase. Me invaden unas terribles ganas de echarme a gritar, tengo que reunir todas mis fuerzas para que mi voz no flaquee.

―Tú crees... ―murmuro―. ¿Crees que eso pueda afectar en algo lo de...?

―No lo sé, Carolinne ―corta―. Ya veremos. Te llamaré cuando pueda.

Se da media vuelta sin decir más y desaparece de mi vista. La puerta se estremece ante su salida y yo sigo aún congelada en mi lugar. Las manos me tiemblan. No me da igual lo que haga y no entiendo por qué no ha podido decirme la verdad, aunque tampoco es su obligación. Tal vez es porque está buscando descansar de mí, tal vez se consiga una chica atractiva para pasar la noche que merezca un mejor trato que yo...

Dios. Los ojos me pican, ¿por qué demonios estoy llorando? Esto es una tontería. Él nunca me dijo que iba a serme fiel.

Pero yo soy suya.

Un estremecimiento asciende por mi cuerpo ante ese pensamiento. Dejo salir el aire que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. ¿Acaso me agrada la idea de pertenecerle?

SuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora