II

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Llego a casa y, como siempre, me hallo sola. En realidad, ya me he acostumbrado a que sea de esta forma. Supongo, además, que en momentos así el silencio es la mejor compañía. Con un largo suspiro, me dejo caer en el sofá del recibidor. Antón ha aceptado. Todavía no puedo creerlo.

No dormí nada la noche pasada, tengo una jaqueca tan terrible que siento cómo todas mis extremidades se entumecen cuando me quedo quieta por unos segundos. No pasan dos minutos antes de que mi teléfono móvil comience a sonar. Las punzadas en mi cabeza se vuelven más agudas mientras el eco de aquel timbre chillón ataca mis oídos y me obliga a contestar.

―¿Pasa algo? ―Ya es costumbre para mí no saludar.

No, no pasa nada. Hoy ha estado estable todo el día ―dice. También él se oye agotado al otro lado―. Llamaba sólo para saber cómo estabas.

―Ah. Estoy bien, ¿cómo estás tú?

Un poco como siempre ―dice―. Te llamé por la tarde y no contestaste. Estoy un poco preocupado por ti, últimamente estás muy distante. Además, Olivia no podrá ir esta semana. Bob tiene un viaje de trabajo y no hay nadie que se quede en casa con Tommy.

―Ya. Entiendo. ―Suelto un bufido―. Tampoco es bueno para el niño que se relacione demasiado con la inestable de su prima, ¿verdad?

Carolinne, sabes que no es así. ―Ruedo los ojos. Lo único que quiero es que cuelgue. No entiendo por qué tuve que decir eso si en realidad la situación resulta conveniente―. Tommy te adora, pero los viajes largos en auto no le hacen bien. Tiene una salud delicada y... conoces de memoria las circunstancias.

―Vale, papá. Tienes razón, estoy siendo irracional. Olivia ha hecho demasiado, debería estar agradecida. De todas maneras, es bueno que me hayas avisado. ―Dios, es como si de un momento a otro la cabeza pudiese estallarme―. Aun así, te recuerdo que fui yo la que elegí quedarme y sigue pareciéndome que es lo mejor.

No tienes idea de lo que daríamos por estar contigo en este momento. Mamá también te extraña, habla de ti todos los días... hasta los que son realmente malos.

Me muerdo el labio con fuerza cuando aquella sensación de fría y pesada desesperanza intenta apoderarse de todo mi cuerpo. A veces es demasiado incluso para mí.

―No dejo de pensar por un minuto que esto puede cambiar ―le digo, haciendo un esfuerzo sobrehumano para disimular el temblor de mi voz―. Espero que pases buena noche, te quiero mucho.

Cuelgo antes de responda. Sí, entiendo lo difícil que debe ser para él, pero yo también la he pasado mal estos últimos tres meses. La verdad es que llega un punto en el que, aunque ya lo has aceptado, hurgar en la herida puede llevarte al límite. Y yo ya he llegado al límite demasiadas veces. Ni siquiera me salen las lágrimas cuando quiero echarme a llorar. Creo que mis capacidades empáticas se atrofiaron por el uso desmedido.

Uf. Quizá me duele tanto la cabeza porque no he comido desde la mañana y son las seis de la tarde ahora. Tampoco es que tenga apetito luego de que ha pasado tanto tiempo, pero igual camino hacia la cocina. Tomo del congelador un almuerzo precocido y lo pongo a calentar. Desde agosto bajé al menos unas diez libras, voy a terminar en los huesos a este paso. Más allá del tema de la salud, rozar la desnutrición no me favorece para nada.

El molesto pitido del microondas cuando los tres minutos que puse terminan me aleja de aquellos pensamientos. Saco mi bandeja humeante de pollo con puré. Me obligo a comerla, pese a la negativa que mi estómago le da a los primeros bocados. Ojalá pudiese remediar todo el daño que cuatro meses de pésima alimentación han hecho en mi cuerpo. Sin embargo, incluso cuando mi aspecto no me complace ni un poco, Antón ha aceptado. No lo puedo entender. Jamás nos llevamos bien y yo no estoy en mi mejor momento, si es que alguna vez tuve alguno.

Hice muy buenos amigos en el club de teatro, pero él erigió unas barreras que se me hicieron infranqueables. No competíamos por ver quién era mejor ―yo no lo era, por supuesto―, solo que... creo que se me hacía insoportable que Antón pareciese no soportarme. Lograba sacarme de mis casillas que diese por sentado que todos debían rendirse ante su evidente superioridad. Todavía no lo soporto, aunque al final también me tocó rendirme.

El plato quedó por la mitad y tuve que tirarlo a la basura. Forzarme a terminarlo me hubiese provocado el vómito, es por eso que ni siquiera lo intento. Decido que es hora de darme una ducha, así que voy al baño de la planta de arriba, el que está contiguo a mi habitación. El sonido de mi ropa cayendo al suelo es lo único que logra traspasar el denso silencio que invade la estancia. Hay un espejo que ocupa la mitad de la pared frente a mí. Me observo y me arrepiento casi al instante de hacerlo.

¿Por qué él? Cuando actuábamos juntos, ni siquiera me miraba. ¿Acaso la vista se le hacía tan desagradable? Siempre me lo pregunté. Intenté verme mejor, intenté sonreír más, intenté no hacerlo, intenté hablar e intenté callarme. Nada cumplió sus expectativas y yo quería tan desesperadamente cumplirlas, que terminé desquiciándome.

Entonces, el último día del curso se acercó a mí. Y lo dijo. Pero yo no le creí. Todavía no le creo, siendo sincera. El reflejo de mi cuerpo desnudo y pálido logra incomodarme a niveles no imaginados. Me gustaría que la piel no se me pegase a los huesos de una forma tan enfermiza, me gustaría que mis caderas no fuesen tan anchas, me gustaría que no tuviese que verme así como me estoy viendo en este momento. Hay demasiadas chicas interesadas en él para que se tenga que conformar con... con esto. Ante esa perspectiva, quiero desaparecer.

Hoy me besó. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué sus manos se dieron la tarea de recorrer mi cuerpo? Quizá es porque puede hacerlo y ya. Le estoy buscando respuesta a asuntos demasiado simples. Además, ¿es tan necesario que me desee para que tengamos sexo? Probablemente es más básico de lo que me he planteado todo este tiempo, no hace falta siquiera que piense en mí a la hora de...

―¡Basta! ―grito. Ya el silencio dejó de parecerme agradable.

Me doy la vuelta y entro al baño. Todo sería más fácil si solo pudiese bloquear los recuerdos del día de hoy. Pero sé que no será así. La expectativa no me va a dejar dormir y el cuerpo entero me va a doler mañana cuando me levante para ir al instituto. Supongo que lo único bueno es que mientras más agotada estoy, menos ganas me dan de pensar. Dios, y el dolor de cabeza. Ah. Qué harta estoy de que las cosas sean así.

Espero que, al menos, esto no salga del todo mal. 

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