I

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La obra terminó varios minutos atrás y el auditorio está vacío. Yo sigo aquí, esperándolo a él. Hizo el protagónico, no hace falta decir que lo hizo bien. Es un poco como todo, estoy acostumbrada a que sea el mejor. Tiene un talento increíble, es imposible no rendirse a su encanto natural cuando entra en el escenario. A mí nunca me salió tan real, es por eso que casi siempre me tocaban papeles secundarios.

Casi.

Sacudo la cabeza cuando esa idea intenta penetrar en mi mente. Basta. La actuación nunca fue lo mío. En cambio, es su vida entera lo él muestra en cada interpretación. Hubo un tiempo en el que hacer esto me gustó, claro, me ayudaba a... mantener la mente despejada. Cuando actuaba, no pensaba en nada. Supongo que ese era el problema; quizá si hubiese pensado más, hubiese podido ser mejor. Pero ahora da igual. Si logro que acepte, no tendré tiempo para nada. De todas formas, no pensaba volver a pisar un escenario en mi vida.

Ya mis ojos se adaptaron a la oscuridad, puede decirse que no estoy tan incómoda. Aun así, me perturba la idea de que no se presente. Nunca fuimos amigos. La condescendencia que él parecía sentir hacia mí rayaba en la aversión. Cuando fui a pedirle que hablásemos, intenté aferrarme a lo que me dijo esa vez. Sin embargo, ahora no estoy segura de nada. Tal vez le di más importancia de la que en realidad tenía. Tal vez era mentira...

Pasan quince minutos y creo que voy a desistir. Estoy a punto de irme cuando percibo un movimiento proveniente de la tarima. Sé que es él. De una forma inexplicable, puedo adivinar la presencia de ciertas personas. Supongo que tendré algún don. Mi corazón comienza a latir con rapidez a medida que los pasos se oyen más cerca. Debe oírse en aquel silencio cortante mi maldito corazón desbocado.

―Te estuve esperando ―le digo. Me dan ganas de reclamarle por haber llegado treinta minutos después de lo acordado, pero me contengo―. Me alegra que estés aquí.

―Sí, pero tengo que irme pronto.

Aunque su rostro apenas se percibe dentro de la profunda oscuridad en la que está la sala, puedo detallar casi a la perfección su expresión de hastío.

―Trataré de ser breve.

―Eso espero.

―Quiero que sepas que nadie debe enterarse de esto ―le digo―; es un secreto.

Da unos cuantos pasos y se posiciona frente a mí. Es bastante alto, me saca al menos una cabeza.

―Espero que no me hayas llamado solo para eso.

―Si no te necesitara, no habría venido hasta ti.

―¿Necesitarme? ―Ríe entre dientes―. ¿Para qué podrías tú necesitarme?

Mis manos se comienzan a mover como si estuviesen estrujando un pañuelo invisible. Intento respirar profundo antes de continuar, pero es inútil, el aire se me hace cada vez más denso.

―¿Te gusto, Antón? ―Hago un esfuerzo para poder mirarlo de frente―. ¿Te acostarías conmigo?

Su expresión cambia. Las comisuras de su boca ya no se elevan ligeramente en un gesto de burla. Antón parece una estatua. Así es incluso más intimidante, más... atractivo. El silencio me resulta insoportable. Cada segundo que transcurre es una pequeña tortura. No debería haber venido, no debería haber preguntado eso. Retrocedo unos pasos, pero justo cuando me dispongo a marcharme, él responde:

―Sí.

Un nudo me cierra la garganta. Noto que sus ojos bajan con lentitud y recorren mi cuerpo para luego volver a encontrarse con los míos.

―Si te lo preguntas ―dice―, no he cambiado de opinión. Sigo pensando igual que la última vez.

Sin embargo, no me hallo más tranquila sabiéndolo. La esperanza de que pueda aceptar logra turbarme hasta el punto de hacerme sentir mareada.

SuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora