Este capítulo tiene escenas explícitas. Si son menores de edad y me ignoran pues ni madres, ya qué se le hace con esta juventud
.
Olivia estaba dormida cuando encendí el auto y me fui, y supongo que sigue así. Al menos mis manos no tiemblan al sujetar el volante, y aunque el camino esté oscuro, sé bien hacia dónde voy. Antón vive a unas cuantas calles de mi casa; su familia se mudó hace meses a la zona cara de la ciudad, más o menos coincidiendo con el final del año escolar pasado. Tengo el estómago revuelto. No lo entiendo. Me dijo que no lo esperara este fin de semana, ¿qué lo hizo cambiar de opinión? No sé si quiero saber la respuesta.
Reconozco la casa porque estuve aquí en la última reunión del club de actuación. Fue el día en que todos se pusieron borrachos, el día en que Antón me dijo que yo le gustaba. Es extraño recordarlo, parece que ha pasado mucho tiempo, aunque en realidad fue hace menos de un año. Las cosas han cambiado demasiado, pero la elegante casa de dos plantas sigue viéndose igual que esa noche. Solo que esta vez ninguna de las ventanas está iluminada y la música no retumba en los alrededores.
Salgo del auto con cautela. Hace frío; mis dedos están congelados mientras intento escribirle un mensaje a Antón para avisarle que he llegado. No he terminado de escribir cuando siento la presencia fría de alguien apresando mi antebrazo. Mi instinto más básico es echarme a gritar, pero antes de que mi voz pueda salir, una mano cubre mi boca.
—Tranquilízate.
Si antes mi pulso estaba acelerado, ahora el alma se me va a los pies al sentir su aliento cálido contra mi cuello. Como puedo, asiento, y él por fin me suelta. Me doy la vuelta para verlo y casi choco con su cuerpo; no sé cómo logró acercarse tanto sin hacer ruido. Retrocedo un paso y lo analizo. Está hecho un desastre, con los botones de la camisa desabrochados y el cabello revuelto. Su mirada no se aparta de la mía; aunque hay algo en ella que me intimida, no me muevo ni un ápice cuando vuelve a cortar la distancia que nos separa.
—A-Antón.
—Escúchame bien, Carolinne —su voz es grave, casi un susurro—. Mi familia está dormida, así que no hagas ruido hasta que lleguemos a mi habitación. ¿Entiendes?
Asiento, pero en realidad no lo entiendo. Huele a alcohol y cigarro. Sé que ha estado bebiendo. Qué extraño se siente el roce de su piel con la mía cuando me toma de la mano para guiarme en la penumbra. Nos adentramos en la casa y apenas distingo hacia dónde vamos. Sé que su cuarto está en la planta baja porque no subimos escaleras, pero el resto es un misterio para mí.
Cuando llegamos, me hace pasar y cierra la puerta detrás de nosotros. Este lado de la casa está más iluminado. Distingo algunas siluetas: una estantería, un escritorio, una mesita de noche junto a la ventana, una cama. Una cama. Trago saliva y desvío la vista.
—¿Por qué estoy aquí? —pregunto.
Pasa más tiempo del que me gustaría antes de recibir una respuesta:
—No lo sé.
Frunzo el ceño. A veces desearía poder leerle la mente. Esta noche, por ejemplo, mataría por saber qué pasa por su cabeza y por qué sus ojos tienen un tono miel más oscuro que antes.
—Fuiste tú quien me hizo venir.
—Estoy cansado —su voz suena áspera.
—¿D-De mí? —mis ojos se abren de golpe—. Teníamos... tenemos un trato.
—Maldita sea. —Se revuelve el cabello, exasperado—. No estoy cansado de acostarme contigo; es más, yo hoy... No, eso no importa. La cosa es que necesito... necesito que...

ESTÁS LEYENDO
Suya
RomanceCarolinne tiene dieciséis años y busca un hijo. Su madre se está muriendo y esa desesperada determinación parece ser el único resquicio de esperanza que ilumina el oscuro y vacío túnel en el que se ha convertido su vida. Sin embargo, luego de tantos...