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-No– responde rotundamente y me cierra el paso.

-¿Qué crees que haces? Déjame pasar. –camino hacia la calle pero él se interpone enfrente mío con los brazos cruzados. -¡Lucas!

-He dicho que no, Nora. No entraras ahí de nuevo.– comienza a caminar haciéndome retroceder hasta chocar con su auto.

-Tengo que ir por esos papeles, Lucas. Los necesito.- intento nuevamente pasar pero él bloquea mi salida. -¡Mierda, se nos hará tarde!.

-Exactamente por eso. Y lo repito. No, Nora. –su mirada está realmente seria y decidida.

-Lucas, entiende. Los necesito– contesto con la mayor calma que puedo –además, no puedes obligarme a no ir.

Él hace una mueca y se aparta –Tienes razón, voy yo. Igualmente no puedes impedírmelo. ¿Dónde están?

-Carajo, Lucas. Tengo que ir yo.- chillo exasperada. No lo entiende -Necesito ir.

-¿Qué? ¿Por qué? No entraras ahí de nuevo, ¡lo prometiste!

-Yo no...- suspiro -necesito despedirme.

-¿Qué?- exclama sobresaltándome – ¡No te iras a despedir de Él!

Lo miro con el ceño fruncido y la boca abierta. -¿Pero tú que crees? ¿Enserio estás pensando que yo me iría a despedir de ese bastardo? ¡No seas paranoico! No quiero volver a verlo- grito sin importarme si algún vecino me escucha –Necesito cerrar el círculo, eso es todo. ¿Contento?

Él me mira y antes de reaccionar me toma en brazos, acariciando mí pelo y susurrándome: -Te hice una promesa, y no pienso romperla. Tan solo pensar en lo que puede pasarte me asusta más de lo que puedas imaginar. Te quiero. No pienso dejarte sola ni un minuto, Nora. Y no lo hare. Te protegeré más allá de mis posibilidades, te cuidare y te ayudare a sanar esas heridas que aquel maldito te hizo. Comenzaremos de nuevo, cariño, y te hare feliz. Lo juro.

¿Es real? ¿Esto es real?

Suspiro maravillada y escondo mi cabeza entre su cuello. –Eres un ángel. –susurro y lo estrecho entre mis mallugados brazos.

Él besa mi cabello –No quiero que vayas. Me da miedo.

-Necesito hacer esto por mi cuenta. Despedirme de esa cárcel, y terminar con esto.– cierro los ojos y me alejo. -Él no está, puedes estar tranquilo. No pasara nada- le respondo y paso mi mano por su cabello. Sonrío y al dar media vuelta tomo una gran bocanada de aire.

Con las manos temblorosas abro la puerta principal. Un olor a viejo y agrio me inundan de repente. Quiero vomitar.

Al pasar por la sala veo grandes manchas de sangre coagulada en el suelo. El sillón color arena tiene manchas rojas y marrón. Me estremezco. Esa sangre es mía. Me abrazo a mí misma y corro a la habitación.

Cada parte de mi cuerpo está en alerta, las voces se han quedado calladas, y el silencio es ensordecedor.

Casi mecánicamente abro la gaveta del tocador y saco mis papeles más importantes para meterlo en uno de los maletines que tenía antes. Una tentativa voz me dice que me lleve algo, pero la ignoro. No quiero nada que me recuerde a este lugar. Mucho menos a Él.

Miro la cama, mi habitación, nuestra casa. El suelo sucio y parchado. Ya no es lo mismo. Este, al que tantas veces llame hogar, había dejado de existir hace demasiado tiempo. Este edificio era una cárcel que se destruía conmigo adentro. Aplastándome. Destrozándome. Estas paredes guardan todos y cada uno de los gritos y lamentos que el monstruo me saco a golpes en innumerables ocasiones. Han callado conmigo. Se han manchado conmigo. Se siente la agonía desprenderse de las puertas, de cada esquina de la casa que guarda un sollozo roto. Las ventanas no dejan pasar el aire. Porque este lugar está muerto.

Ruido BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora