Santos cielos, esto es una locura.
Los camarógrafos nos cayeron desde que bajamos del coche, bombardeándonos con sus gigantes trastos, mis ojos arden y no entiendo nada de lo que dicen, todos intentan hablar a la vez. Me recuerdan a un gran monstruo con varias cabezas. ¿No tienen otra cosa que hacer?
Álvaro me ha traído a una comida en una galería a lo lejos de la ciudad, las decoraciones y panfletos indican que es una recaudación de fondos a través de regalos que los patrocinadores dan y luego son subastados entre los mismos invitados. Una serie de cuadros y vitrinas cubiertos por mantas se extienden por todo el espacio al estilo rustico haciendo juego con las tuberías y la estructura de ladrillo a la vista del edificio. Las mesas están reunidas enfrente de la pista con escenario donde un grupo de jazz ambientaliza el lugar con sus melodías suaves y pegajosas. Unas mesas más a la derecha muestran una suculenta variedad de entradas y postres y muchas bebidas de todos los colores. La gente reboza por todo el lugar, riendo, conversando, todos están muy animados. Todos parecen ser genuinamente felices, pero, ¿realmente lo son?. Sé que muchos de ellos solo aparentan ser lo que son ante los demás, sé que vienen a estos eventos, no por la caridad y el bien que hace a la sociedad, si no por tener el prestigio y superioridad que esto genera. En realidad estos eventos, estas organizaciones no son lo que deberían ser, todo ese dinero que alardean que salva al país, a los más necesitados, jamás llega a su destino. Las fotografías que saltan en la prensa son fotografías manipuladas, personas contratadas que con un poco de maquillaje y buenos escenarios hacen de la foto algo “realista” para vender.
Y aun así aquí están, fingiendo ser alguien para presumir ante un público vacío. Personas que creen que manejan todo a su antojo cuando en realidad son solo peones en un tablero de ajedrez manejado por la misma presión de la sociedad.
Sacudo mi cabeza. No puedo distraerme, si me estreso sucumbiré y mi escudo caerá conmigo, no me conviene. Irónicamente yo soy como ellos, juego el mismo juego que todos y me deslizo tratando de permanecer desapercibida y ocultar la cruel verdad que mi propio cuerpo puede revelar. Relajo los hombros. Mantengo mi fachada relajada y amable y me dejo guiar por Álvaro que me presenta a varias personas y me detiene de vez en cuando para que los fotógrafos puedan retratarnos. Pierdo el hilo de conversación como siempre que estoy a su lado y solo asiento y sonrió cuando me preguntan algo, así como él me ha enseñado.
-Álvaro…- murmuro temerosa ocultando mi cabeza sobre su hombro, él lo sacude y me aprieta de la cintura para que me vuelva al frente. El flash me ciega una vez más.
-¿Qué?– pregunta entre dientes sin quitar esa sonrisa falsa de su cara.
-No me siento muy bien, ¿estaría bien si…eh, si me retiro a tomar aire?
Me mira de reojo y veo como sus labios forman una dura línea en su rostro, sonríe rápidamente hacia un señor que le pide que voltee. –No salgas del edificio, ¿me oyes? Debes estar cerca para que pueda verte.– Me da lo que pretende ser un corto beso que no correspondo. Registro una vez más el sonido de algún cacharro, seguramente salí con los ojos como platos. Después de pasar un mechón de mi cabello detrás de la oreja se da la vuelta y se va con un par de colaboradores hacia las mesas principales.
Suelto el aire que estaba reteniendo.
Voy hacia la mesa de postres, necesito algo dulce urgentemente. Regreso los saludos cortos y las sonrisas amables hacia los que me reconocen mientras me abro paso. No quiero conversar, no sé qué decirles.
Tomo una mini tarta de queso con limón, un par de magdalenas de frutos rojos y una trufa de chocolate blanco con chocolate amargo en el corazón en un plato de losa blanca con hilo plateado en los bordes. Acepto la copa de vino rosa que un camarero me ofrece y me siento en una de las mesas vacías a las orillas del lugar. Observo todo con detenimiento mientras tomo un sorbo.
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Ruido Blanco
General FictionNora Jáenz es una mujer temerosa y frágil que esta presa de la violencia a manos de la persona que menos imaginó: Álvaro Barradas, su marido.Tras unos días de libertad ella aprende a amar la vida, a anhelar lo que el tanto le ha negado y a implorar...