IV

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La cama se siente fría, sola.

Hace tiempo que el lado derecho se siente rígido y terriblemente solitario. Su almohada ha perdido el olor a madera y almizcle y ahora solo el sol matutino impregna levemente el aroma a bronceado en ella. Suelo delinear sobre las sabanas su contorno, abrazar la almohada y acariciarla con vehemencia, llorando por los recuerdos perdidos en colores violeta y azul.

No esperaba un cuento de hadas, con su príncipe azul y finales felices; pero si creía en ir construyendo día a día nuestra felicidad, superar los obstáculos y demostrarle al mundo que si se podía. Fue imposible mantener ese sueño. La monotonía llego como una sombra sobre nosotros, las presiones del trabajo y la vulnerabilidad de nuestro temperamento… No pude detenerlo. No pude defenderme. Todo se tornó gris, y rojo. Rojo sangre.

Mi cabeza aun daba vueltas a sus palabras antes de irse. Me había amenazado, como ya era costumbre, sobre no decirle nada a nadie. Mucho menos tener contacto con el periodista. Era peligroso para sus planes. Él podía revelar lo que nadie debe saber, podía exponerlo. Me prohibió dejar la casa durante el fin de semana y no llamar a nadie. Estaría encerrada durante su ausencia. Abrumada y patéticamente indignada, me había despojado de mi chaqueta enfrente de Él, mi vestido con mangas cortas dejaban a la vista los moretones en los brazos y las muecas al sentarme en el diván de la sala señalaban que no estaba bien. Él no se preocupó en disculparse, o en darle una segunda mirada a las heridas. Sabía que nunca lo hacía, pero aún tenía la esperanza que muy en el fondo sintiera culpa por lo sucedido. Tomando sus maletas me dio un beso en la frente y me dijo: -Algunas veces el dolor es el mejor bien.


Grito contra la almohada de rabia e impotencia ¡El dolor no hacia ningún bien! ¿Acaso yo estaba bien? ¡Por supuesto que no!. Pataleo aun cuando el dolor me quema en los costados, tiro de mis cabellos que siguen sensibles, y lloro.

-Tía, ¿estás bien?

-Claro cariño, solo es un resfriado pequeñito.- sonrío con dulzura llevando al chiquillo de la mano a la cocina.

-Sí, un refriado ¡y una mierda!

-¡Sonia!- grito tapando los oídos de Gustavo que me mira confundido –No seas grosera delante de tu hijo, por favor. –Me agacho con un poco de dificultad para quedar a la altura de mi sobrino –Tavo, ¿quieres una golosina?

-¡Sí!- chilla entusiasmado y comienza a dar saltos hacia la alacena -¿Tienes chocolate? Tía, tía, ¿tienes chocolate? ¡Di que siii!

-Mmmh, déjame ver...

-Ni se te ocurra darle chocolate, Nora. –Mi hermana se acerca y toma al niño entre brazos, este comienza a patalear para que lo suelte –¿Ves? Es muy hiperactivo, si le llegas a dar puedes jurar que su energía durara hasta la noche y no me dejara dormir.

-Un poquito no le hace mal a nadie –le sonrío y le tiendo una barra de chocolate a Gustavo, el salta emocionado y sale corriendo a la habitación de invitados desde donde se oyen los dibujos animados. -¿Ves? Ahora está feliz.

-Sí, y mañana yo tendré unas ojeras de metro y medio en el rostro. –hace una mueca y señala mi cara –Así como las tuyas.

Niego con la cabeza.

-¿Estuviste llorando? –Y aquí vamos de nuevo.

-Sonia…

-¡Es un desgraciado! ¿Qué te hizo ahora, dime? ¡Dime que lo mato! –se acerca y me toma del brazo con fuerza, me tenso al recordar como las manos de Álvaro me han apresado de la misma manera, los recuerdos me ciegan momentáneamente y titubeo, aparto rápidamente mi brazo con la excusa de caminar hacia la sala intentando disimular lo mejor posible. Sacudo mi cabeza, librándome de los demonios que han despertado con su roce.  <Ella no puede saber.>

Ruido BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora