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        Le doy un puntapié a una piedra y esta gira hasta quedar a unos metros de nosotros. Meto mis manos en los bolsillos y agacho la cabeza. ¿Cuándo el camino se hizo más largo?

-Y, eh… ¿cómo sigues?- ladeo mi cabeza interrogante y pateo otra piedra –con, eh, con lo de tu caída.

Frunzo el ceño y llevo mis dedos hacia el cuello, ahora solo pica por debajo del pañuelo. Asiento con la cabeza y murmuro: –Mejor, gracias.– Una ráfaga de viento frio nos atraviesa y me abrazo a mí misma para que no me pegue demasiado.

-¿Tienes frió?

-Eh, no– respondo rápidamente -fue solo un reflejo.

-Bien.

Otra vez nos quedamos callados. Miles de voces me gritan a la vez: <¡Aléjate! ¡Corre! ¡Huye! <¡Él puede descubrirnos! ¡Él quiere saber!> 

Cierro los ojos y sacudo levemente mi cabeza. Él no descubrirá nada. -¿Cómo… como te va en la música? –pregunto simplemente para distraerlo. Se lo que está pensando. 

-Bueno, últimamente había estado algo, eh, apagado. Ya sabes… -asiento para que continúe- pero hace un par de semanas firme con unos socios y hemos creado nuestro propio sello discográfico. Estamos comenzando de a poco pero, vamos bien.– me sonríe y sus hoyuelos aparecen alegremente en su rostro.

Lo miro con detenimiento. Era cierto lo que decía Sonia, los años no le habían sentado mal, al contrario, le habían dado un porte de madurez y sofisticación a pesar de llevar jeans y camiseta a cuadros. Poco pasaba de los treinta, eso podía asegurarlo, su cabello castaño rebelde y su incipiente barba le daban el toque final a su aura “artística”, y el que siempre te lo encontraras con su guitarra o puliendo su Ford clásico completaba la imagen. Sonreí. Había cambiado demasiado y aun así era el mismo chico "rockero" de hace algunos años.

-¿Eh?

Pestañeo un par de veces, ¿eh? -¿Cómo?

-Has dicho que he cambiado…- sonríe y sus ojos brillan por el reflejo del Sol. 

-¿He pensado en voz alta?- él asiente divertido y pasa su mano por su cabello revuelto. Sigo fascinada su movimiento. –No me había dado cuenta.

-Tienes razón. Yo he cambiado, tú también. Es algo inevitable en el círculo de la vida.- se encoge de hombros y se sienta en el escalón de su casa. Miro temerosa la mía en el otro lado de la calle y me planteo rápidamente correr y encerrarme como Álvaro me dijo. Mi cuerpo tiembla al pensar que él me puede observarme a pesar de saber que no está ahí, pero es como un fantasma que fluye dentro del edificio, encerrado en esas cuatro paredes, susurrando el miedo y dolor por las rendijas, tratando de alimentarse de los gritos ahogados del sufrimiento. Está sediento, ansioso por presenciar la agonía una vez más. 

<Nora, vamos, Él no está. No puede verte.>

Frunzo el ceño. Esto es nuevo…

<¡Corre!> <¡Huye!> <¡Aléjate, Nora!> <¡Él quiere saber!> 

 Todas comienzan a gritar provocándome dolor de cabeza, pero la primera voz se desliza entre la densa oscuridad y me susurra de nuevo:

<Vamos, Nora. No juegues más su juego. Él te acorrala, te encierra, te impide vivir. Lo sabes…>

<¡Tienes que hacerle caso a Él!>  <¡Corre!>  <¡O será mucho peor que la última vez!> <¡MUCHO PEOR!>

<¡No! Solo esta vez, Nora, solo esta vez. No tengas miedo, la primera vez siempre es la más difícil. Pero solo es el comienzo.>

Ruido BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora