Nací en Italia, en la ciudad más entregada al catolicismo del mundo: Roma. En 1991.
Fui bautizada en una Iglesia, siendo tan sólo un bebé. Es una tradición en la Iglesia católica bautizar a las personas cuando son bebés y yo no iba a ser la excepción.
Cuando creces, por lo general no recuerdas muchas de las cosas que viviste en un determinado momento de tu vida y es a veces tan irónico el que tus padres te digan las cosas que hiciste de pequeña, lo mucho que salían y viajaban, las personas que conociste, pero no recuerdas, y lo mucho que reias, y ahora no puedes recordar nada porque es un recuerdo vago, pero sabes que en alguna parte de tu cerebro, ese recuerdo se almacena.
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Cuando tan sólo tenía 6 años, mis padres me enviaron a un internado en España, de monjas, por su puesto. Ese fue el inicio de una cadena de sucesos dolorosos, y con dolorosos no me refiero a dolor físico. Me refiero a un dolor que va más allá de el sufrimiento.
Tenía varias amigas, igual, nunca fui tan extrovertida como para tener muchas amistades.
Recuerdo claramente a mis dos mejores amigas. Sus nombres eran Katya y María.
Katya era de Moscú, Rusia. Su nombre en realidad era Yekaterina, pero como era un nombre largo y muy inusual, solíamos llamarla Katya o Katyusha.
Recuerdo que solía tener una cabellera rubia y larga, pero por lo general se trenzaba el cabello, porque le recordaba a su madre, que murió en un accidente de tren cuando ella era todavía un bebé y al cumplir los 16, su padre le regaló una foto de Su madre, cuando esta tenía su edad.
El padre de Katya era el presidente del partido comunista ruso, así que, considerando que Rusia siempre ha sido fiel al comunismo, era uno de los hombres más ricos de Rusia.
Sólo tuve la oportunidad de verlo en dos ocasiones, pero me pareció muy serio. Se limitaba a darnos la mano y decirnos un conveniente "Priviet" (Hola) cada vez que nos cruzabamos con él.
Su hija, a pesar de todo, era totalmente diferente a él. Ella era muy extrovertida, y saludaba a todos con dos besos en las mejillasCon María me llevaba muy bien. Ella venía de Zaragoza. Le encantantaba dibujar, y es que, de hecho, hacia unos cuadros increíbles. Cuando los veías es como si estuvieras frente a una realidad diferente. Te hacían cuestionarte a cerca de todo lo que conocías, y eso era totalmente indescriptible.
El idioma nunca fue un impedimento, ya que las tres hablábamos inglés a la perfección.
A veces María y yo nos entendíamos hablando en nuestras lenguas madre, pero Katya, bueno, ella sólo nos miraba con un signo de interrogante en la frente.
Algo que si teníamos en común las tres era que nos encantaba divertirnos, beber hasta el hartazgo.
Se que suena feo, considerando que sólo teníamos 16 años, pero la sensacion de adrenalina y las emociones encontradas al tener en tu mano una botella de vodka, es que... Whoa, no tienen comparación.
Esos son los únicos, creo, recuerdos buenos que tengo antes de mi mayor desgracia, porque las cosas nunca han sido, ni volverán a ser las mismas.