Todo era un sueño sobre algodón de azúcar, hasta que las palabras de la madre de Ahmed me despertaron de mi transe.
《Los musulmanes sólo nos casamos con musulmanes. Nosotros tenemos costumbres distintas, y los que son ajenos a nosotros no las entienden. Las mujeres musulmanas son puras, y llegan intactas al matrimonio》.
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¿Qué podía hacer?
Ya todo estaba dicho. A menos que yo fuese musulmana y virgen, no podía casarme con Ahmed. Musulmana quizá, pero volver a ser Virgen era imposible.
Lo amaba de pies a cabeza.
Su cabello negro y lacio, su tez cálida, algo bronceada, sus ojos cafés, sus pestañas negras y encrespadas, su barba, con ese mentón partido que tanto disfrutaba ver cuando se afeitaba. Sus brazos marcados.
¿Qué no amaba yo de él?
Ah si, el hecho de que sólo por profesar religiones diferentes, no pudiésemos estar juntos como queríamos.
Y... bingo. La iluminación llegó a mi.
Alguno de los dos debía ceder. O el tendría que dejar el Corán y la Meca en el pasado, o yo olvidar la Biblia y a Jesucristo, para estar con el amor de mi vida.
Tenía que esperar que llegara la Luna de miel para decirle la verdad sobre lo que me había pasado. El me entenderá, pensé.
El tenía unos padres que en realidad eran unos verdaderos mente cerradas, en cambio, mis padres me apoyarían en cualquier decisión que tomará, así que, este era el momento, el lugar y la hora.
Me volvería la esposa musulmana, de un musulmán.