Capítulo 10.

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Sé que algo va mal desde el momento en que estaciono mi auto. Lo sé por la manera en que todos voltean a mirarme cuando camino hacia el edificio. La gente miraba y susurraba, algunos asombrados, y otros que por más que lo intentaran no podían ocultar su disgusto. Hay una especie de zumbido en el aire, como si se esperara algo. Mantengo mi frente en alto y mi caminar seguro sin tener idea de qué podría ser. ¿Acaso tenía algo en mi cara? ¿Era mi coleta un desastre? ¿Mi atuendo no combinaba?

Con el tiempo puedo distinguir algunos susurros que provocan que mis manos tiemblen y apresure mi paso por el pasillo.

—¡Es ella!

—De verdad no puedo creer que sea ella.

—¿Cómo es posible?

Enfrento mi miedo y mis ojos no pueden creer lo que ven cuando veo la reciente impresión del periódico escolar con una fotografía mía del anuario del año pasado y de título: Erinia expuesta a todos. Podría desmayarme aquí mismo.

El zumbido de mi celular me sobresalta y a tientas lo busco en mi bolso para descolgar la llamada de Erika.

—¿Estás viendo lo mismo que yo? —pregunta con claro terror en su voz. Como me veo incapaz de decir una sola palabra se conforma con un leve sonido de afirmación—. Ya te vi, no te muevas.

No planeaba hacerlo, la única manera en que mis pies cobraran vida era si me empujaban. En este momento quisiera poner todo en pausa y dar vuelta atrás a mi vida, mucho antes de que Sydney supiera mi secreto.

Alguien toma mi muñeca y me hala. Cuando levanto la mirada me encuentro el brillante y salvaje cabello rosa de Erika quien me obliga a seguirla hasta el baño más cercano. Dentro nos aseguramos de estar solas para luego estallar. Me deslizo en una esquina ignorando la suciedad del suelo y oculto mi rostro entre mis manos. Quiero gritar de la frustración hasta quedarme sin voz. Esto era lo que quería evitar.

Estaba tan enojada porque Erinia había llegado a ser una gran parte de mí y ahora tendría que ponerle un fin por culpa de Sydney. No podía ser las dos personas con todos mirando cada uno de mis movimientos. Por no hablar de las siguientes consecuencias, porque dudo que muy pocos estuvieran felices con muchas de mis acciones. Este era el fin.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Erika colocando una mano sobre mi hombro como consuelo—. ¿No te prometió que no le diría a nadie?

Sacudo la cabeza.

—No tengo idea. Se supone que ya todo esto estaba resuelto, que era libre.

Nos mantenemos calladas un rato solo mirando a la nada. Estaba pensando en razones de por qué razón Sydney rompería su promesa, ¿qué había hecho?

—¿Quieres que lo lea para ti? —Agita el periódico en su mano.

—Leer lo hace más real, así que no gracias.

—Ya es real.

—Lo sé —murmuro. Parte de mi quiere creer que es un muy mal sueño.

El timbre suena anunciando el inicio a clases. Afuera se pueden escuchar los pasos de estudiantes corriendo hasta su primera clase del día. Yo recobro mis fuerzas levantándome del suelo y agarrando el periódico para ir a pedir respuestas. Esto no se iba a quedar así.

—¿Qué vas a hacer? Tengo una pala en mi casa por si necesitas mi ayuda para enterrarla viva, no tengo problemas.

Sonrío débilmente.

—No será necesario, solo iré a hablar con ella.

—Suerte.

Erika me acompaña por los pasillos desolados hasta llegar al salón del periódico escolar cruzando mis dedos para tener un poco de suerte y que Sydney se encuentre ahí. Debía enfrentarla ahora o nunca. Cuando entro a la oficina no está sola, se encuentra con otra chica la cual despide con un simple movimiento de mano al notar mi presencia. Arrojo el periódico hacia ella y este cae en su pecho.

No más corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora