Capítulo 11.

7.7K 1K 111
                                    

Después de la conmoción inicial puedo volver a retomar mi rutina. Las cosas se van calmando en los siguientes días. La gente deja de mirar y preguntar, algunos empiezan a olvidar la reciente revelación y actúan indiferentes. Todo parece andar bien, excepto por aquel grupo de hombres que fueron afectados por la sed de venganza de sus novias por medio de Erinia. Era algo que ya me lo esperaba y con lo que podía vivir por lo que quedaba de la secundaria.

—¡Déesse! —Sébastien sacude su mano para despedirse de sus amigos en cuanto me nota, para luego dar largos pasos y estar al mismo ritmo que el mío.

Sonrío feliz hacia él. ¿Quién diría que uno de mis objetivos se convertiría en un gran amigo? Sébastien siempre estaba ahí, para aconsejarme o hacerme reír. Era uno de los pocos chicos, sin contar a los del equipo de animación, que no tenían miedo de acercase a mí.

—¿Qué tal, Sébs?

—Todo bien, ¿te diriges a la cafetería?

Asiento.

—Pero primero debo dejar estos en mi casillero —Agrego señalando con mi barbilla los libros que abrazaba a mi pecho.

—Si no te molesta, te acompaño.

Cruzamos en silencio el pasillo hasta mi casillero con cuidado, los demás estudiantes corren con velocidad hasta la cafetería, como si hubieran anunciado comida gratis. Frente a mi casillero, guardo ordenadamente mis libros mientras que Sébastien se recuesta del contiguo.

—¿Cómo va todo? —pregunta.

—Va muy bien. Pensé que...

—Oh, pero si es la arruina relaciones. —Cierro mi casillero con enojo para mirar a Edgar y su séquito de jugadores de fútbol. ¿Recuerdan aquel grupo afectado que me detestaba? Sí, eran ellos—. Deberías tener cuidado, trucha, arruinará tus oportunidades de una nueva chica y te digo desde ahora que ella no es una opción.

Sébastien no parece ni ofendido ni molestado. Todo lo contrario, parece entretenido. Está a punto de decir algo con esa linda sonrisa juguetona que tiene cuando yo alzo mi mano y doy un paso hacia Edgar. Sus despectivos comentarios de estos últimos días me están llevando al punto de querer ponerlo en su puesto porque no entendía qué tenía en mi contra. Nunca me había metido en sus asuntos porque cada chica de esta escuela sabía de su juego y quien decidía estar junto a él, estaba por su cuenta.

—¿Me puedes decir cuál es tu problema conmigo?

—Solo no me parece bien que te vayas regodeando por la escuela como si fuera tuya y hacer lo que te plazca.

Sonrío irónica y me cruzo de brazos.

—Me temo que estás tan obsesionado conmigo que ahora te proyectas en mí.

Una serie de "Ooh" se escucha de parte de algunos estudiantes que se han quedado a mirar el encuentro. Pero ni eso ni mi comentario calmo a Edgar porque quiere seguir insistiendo en el tema:

—Tampoco me parece bien que vayas por ahí metiendo tu nariz en las relaciones amorosas de las personas de este colegio.

—No me meto donde no me llaman. Las chicas piden mi ayuda, y eso hago. —digo en voz alta porque ya va siendo hora de que la gente entienda eso—. Así que, si no tienes nada con fundamento verdadero para decir en mi contra, me parece que es mejor que te quedes callado porque solo te avergüenzas a ti mismo con tontos comentarios.

Una nueva serie de "Ooh" invade el pasillo enojando más a Edgar y yo me siento satisfecha con el resultado. Si él quiere ponerme las cosas difíciles, yo no me quedaré callada ni cruzada de brazos.

No más corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora