Aylmer Vance Y La Vampiresa

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Aylmer Vance y la vampiresa (Aylmer Vance and the Vampire) es un relato detectivesco de vampiros escrito en colaboración entre Alice y Claude Askew -seudónimos de Jane de Courcy (1874-1917) y Arthur Cary (1866-1917)-, publicado en la edición del 1 de agosto de 1914 de la revista The Weekly Tale-Teller.

Aylmer Vance y la vampiresa.
Aylmer Vance and the Vampire, Alice Askew y Claude Askew.

Aylmer Vance tenía habitaciones en Dover Street, Picadilly. Tras decidir seguir sus pasos y tenerle como profesor mío en materias paranormales, pensé que lo mejor era alojarme en la misma casa que él. Aylmer y yo en seguida nos hicimos buenos amigos. Fue él quien me enseñó a utilizar la clarividencia, facultad que yo desconocía poseer. He de decir que esta facultad mía nos fue de gran utilidad en más de una ocasión.

Sin embargo, más de una vez también le serví a Vance de memoria de sus aventuras más extrañas. En lo que a él respecta, nunca se preocupó demasiado de hacerse famoso, aunque un día por fin pude convencerle de que, en nombre de la ciencia, me dejase divulgar algunos de sus hallazgos.

Los incidentes que voy a contar a continuación ocurrieron poco después de que estableciéramos nuestra residencia juntos y mientras yo todavía era, por decirlo de alguna forma, un principiante. Serían las diez de la mañana cuando anunciaron la llegada de una visita. La tarjeta era de un tal Paul Davenant.

El nombre me resultaba familiar. ¿Tendría algo que ver con aquél Davenant con el jugador de polo y jinete, famoso por sus concursos de salto? Había oído que era un joven de buena posición y que, hacía más o menos un año, se había casado con una chica considerada la más guapa de la temporada. Todas las revistas publicaron fotos suyas, y recuerdo que pensé en lo buena pareja que hacían.

En ese momento apareció el señor Davenant. Al principio, dudé de si aquel individuo era el tipo en el que yo estaba pensando, pues parecía terriblemente demacrado, pálido y enfermo. De las fotos de su boda, de aquel hombre atractivo y fornido, sólo quedaba un joven caído de hombros, que arrastraba los pies al andar, y su rostro, sobre todo alrededor de los labios, parecía el de un ser anémico. Pero seguía siendo el mismo hombre, pues debajo de aquel aspecto macilento pude reconocer la huella del porte que una vez distinguió a Paul Davenant.

Tomó la silla que le ofreció Aylmer, después de saludarse cortésmente y, a continuación, me miró con desconfianza.

-Me gustaría hablar con usted en privado, señor Vance -le dijo-. El asunto que me trae hasta aquí es de gran importancia para mí, y podría decir que es una cuestión de delicada naturaleza.

Al oír aquello, me levanté inmediatamente para retirarme a mi habitación, pero Vance me sujetó por el brazo.

-Si ha venido porque conoce mi forma de trabajar, señor Davenant -le contestó-, si lo que desea es que lleve a cabo algún tipo de investigación en su nombre, le agradecería que hiciera partícipe al señor Dexter de todos los detalles. Dexter es mi ayudante. Pero, por supuesto, si usted no...

-¡Oh, no! - le interrumpió-. Si es su ayudante, ruego al señor Dexter que se quede. Tengo oído, además -añadió dedicándome una sonrisa-, que usted es de Oxford, ¿no es así, señor Dexter? Eso fue antes de que yo estuviera allí, pero sé que su nombre tiene algo que ver con el rio. Usted remaba en Henley, ¿no?, a menos que yo esté equivocado.

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