Capítulo 37

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Cuando salían del jardín interior, luego de pasar un par de horas, Ubaldo vio a Woclzan doblar por un pasillo.

—Tengo que ajustar cuentas con alguien —le dijo a Federico, que siguió su mirada y frunció el ceño.

—¿Vas a reclamarle?

—Por supuesto. —Lo miró—. Tengo que saber si sufriré más efectos secundarios.

—Te acompaño. —Sereno metió la cuchara, porque enfermería significaba dotación de drogas, ¿no?

Federico soltó la mano de Ubaldo, sintiéndose extrañamente solo al verlo alejarse. Aunque no estaba solo, porque iba con el resto del grupo rumbo a la sala comunal. Sin embargo, sentía la ausencia de Ubaldo.

Aquel reconocimiento hizo que frunciera el ceño. Desde que Ubaldo regresara de la enfermería extrañamente dócil, algo había cambiado entre ellos. Sin importar que Ubaldo hubiera vuelto a ser el mocoso de siempre, Federico no podía seguir indiferente ante su presencia. ¿Qué demonios significaba eso?

—Gracias por acompañarme. —Ubaldo miró a Sereno—. Me daba un poco de miedo pensar que si no lo alcanzaba, me quedaría caminando solo por estos pasillos por quién sabe cuánto tiempo.

—La verdad es que no me entusiasmaba la idea de volver a encerrarme entre cuatro paredes —le confesó, aunque su verdadero motivo para acompañarlo fuera otro—. Quería quedarme en el jardín.

—Yo también. —Ubaldo suspiró aliviado cuando vio a Woclzan a pocos metros—. ¡Oye, tú, detente!

Woclzan se detuvo y volteó. Le había sorprendido escuchar a su Enlace llamarlo a gritos. Pensaba que no volvería a hablarle, después del incidente en la enfermería.

—¿A dónde vas? —preguntó Ubaldo, deteniéndose delante del alienígena, pensando que no era para nada su tipo—. Tenemos que hablar.

—Voy a la enfermería. —Woclzan iba a buscar toda la información del tratamiento dado a Ubaldo y su reacción. Su presencia era más que bienvenida. Él también necesitaba realizarle varias preguntas.

—Vale, pero no vengas con ideitas extrañas. Nada de volver a experimentar conmigo o te echo a Hansel —le advirtió Ubaldo, aunque Woclzan no entendió su advertencia.

—¿Sucede algo con el Enlace del Heirein? —preguntó Woclzan.

—¿Aparte de ser el Niño Maravilla? Nope, nada.

Woclzan jamás lograría entender a los humanos, y mucho menos a su Enlace. Prefería mil veces cultivar más conocimiento, documentar momentos históricos, y demás, a lidiar con el confuso terrícola.

—Pueden senta... —comenzó Woclzan, luego de mirar al médico.

—No, nada de eso. Me quedaré de pie. —Ubaldo se cruzó de brazos—. Quiero saber qué me inyectaron —señaló de Woclzan al médico— y si habrá más efectos secundarios.

El médico y Woclzan se miraron y comenzaron a hablar en su extraño idioma.

—¿Qué hacen? —preguntó Sereno, abriendo mucho los ojos—. ¿Esos son ladridos, gruñidos o carraspeos?

Hell if I know. —Ubaldo se encogió de hombros y luego puso los ojos en blanco. Ya estaba imitando a Hansel, por Dios—. Vine a buscar respuestas, no a escucharlos hacer lo que sea que están haciendo. Eso puede esperar. Lo mío es más importante —señaló, perdiendo la inexistente paciencia que tenía.

Sereno aprovechó que los alienígenas miraban a Ubado, y este a los alienígenas, para mirar a su alrededor. Aquella enfermería se parecía mucho a las de la Tierra. Podía ver un escritorio con su asiento, una cama, un asiento cerca de la misma, un estante con libros y ¿plantas? Y, por último, lo que buscaba: un armario con muchos frascos y ¿ampollas? Bueno, no reconocía todo lo que había en aquel lugar, pero de que había drogas, ¡había! O eso esperaba. Y él las hallaría, por supuesto.

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