Capitulo 13

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Sería difícil cumplir lo que el me prometía. Pero en cuanto regresara a casa le pediría que me ayudase a deshacerme de todas las cosas cortantes.

Vi que él era el que ahora llevaba mi pañuelo. Se lo había puesto como siempre hacía yo. Se dio cuenta de que observaba mi pañuelo. Sujetó mi barbilla para que levantase la vista y así mirarnos a los ojos. Los míos permanecían llorosos.

-Prometo ayudarte en todo lo que sea posible. Haré que dejes de esconder tus problemas entre un trozo de tela.- besó mi frente. Yo seguía sorprendida de que existiese una persona con un gran corazón y que se preocupase por mi.

Hasta ahora mis problemas habían siempre sido solo míos. El haberlo guardado dentro de mi, había creado un agujero negro dentro de mi. Veía a Alexandre como si fuese enviado por unos dioses. ¿Quizás era mi ángel de la guarda?

-No sabes las horribles cosas que oculto. Te asustaría si te las contara.

-Ninguna cosa hará que deje de querer ayudarte.

Respiré profundamente y con mucho miedo decidí que él era la persona adecuada a la que contarle todos mis problemas. Su cara de asombró se hacía mayor a cada problema que le contaba. Se que podía llegar a ser extraño el que alguien sea capaz de vivir tanto tiempo con tantos problemas a su alrededor. Al terminar de contarle todo me encontraba en un océano de lagrimas. Ya no miraba su cara por mi visión nublada. Sentí como me abrazaba y colocaba su rostro en mi cuello. Él también lloraba. Sentía sus lagrimas caer sobre mi hombro.

-Tu no te mereces todas esas cosas.- dijo entre sollozos. Esto era lo que no quería. Que el tuviera pena de mi. Algo en mi me decía que todo por lo que pasaba era cuestión de un oscuro destino que tenia marcado. Mi mayor duda era ¿Se puede cambiar un oscuro destino? ¿Yo puedo cambiarlo?

-Por favor, Alex.- le dije apartando le de mi. Rompí nuestro abrazo.- No quiero que nadie sienta lastima por mi. Es mi destino. Sufrir.- agaché la mirada al decir la última palabra en un susurro. Sentí como sujetaba mi barbilla para que levantara la cabeza y lo mirara a los ojos. Unos ojos aguados por la tristeza. Me sentí tan mal por que el llorase por mi. El no tenía motivos para llorar. El tenía una buena vida y ningún problema. El debía de estar feliz por ser tan afortunado.

-Te ayudaré a cambiar ese destino. No permitiré que sufras mas.- y dicho esto me volvió a abrazar. No me podía creer lo bien que me sentía junto a el. Ninguna persona me había aportado tanta seguridad en toda mi vida. Por suerte el destino me había mandado a un ángel. Un ángel de la guarda que me protegería de aquellos problemas que llevaban causándome años de dolor.

*

Después de casi una semana entera en el hospital, me dieron de alta. Pero debería de regresar cada semana para controlar mis cortes. No me importó el que me vigilaran puesto que le había hecho una promesa a Alex de no volver a hacerlo.

El me acompañó hasta casa. Ahora mi madre trataba a Alexandre con mucho cariño. Era normal, puesto que era el salvador de su hija. Me acompañó hasta mi habitación y cerré la puerta tras él. No quería que nadie mas viera donde tenía ocultas todas mis armas afiladas.

Saqué una caja de debajo de la cama. Allí estaban dos grandes tijeras y tres pañuelos negros mas, que solía ir alternando cada vez que me hacía un nuevo corte. Seguí sacando mas cajas con cuchillas nuevas y también usadas. No podía tirarlas por el riesgo de que mis padres me descubrieran. Metimos todas las cosas en una misma caja.

-Quiero que las tiremos juntos.- dijo tomando de mi mano y llevándome fuera de la habitación. Mi madre me vio extrañado pero prefirió no preguntar nada. Sinceramente, estaba algo nerviosa. No quería que hiciera ninguna pregunta. No quería que viera todo lo que había ocultado todos estos años en mi dormitorio.

Salimos de la casa sin recibir ninguna pregunta de mi madre. Andamos por la calle. Había un día nublado. Odiaba aquellos días. Llegamos al primer contenedor de basura que encontramos y Alex me tendió la caja para que yo misma la tirara. Mis manos temblaban.

-Es hora que cambiar el destino.- y dicho eso tiré aquella caja, puede que así tirando también los oscuros momentos de mi pasado. Me aparte nerviosa del contenedor y Alex me abrazó. El estaba feliz al ver que cumplía con la promesa de no volver a cortarme.

Sonreí al ver que él todavía llevaba mi pañuelo en su muñeca. Yo llevaba otra que tapaba las vendas que me habían puesto en el hospital.

-Gracias Alex, por todo.- dije con una sonrisa.

-Lo que hago por tu felicidad, lo hago por la mía.- me susurró.- Mi felicidad es verte feliz a ti.- y besó mi mejilla. Era tan feliz junto a él que comencé a llorar.- No llores. Odio verte llorar.

Sentía las miradas ajenas sobre nosotros. Todavía permanecíamos abrazados el uno al otro en medio de una calle muy transitada. Pero a ninguno nos importaba.

El peso del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora